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  1. Nuevas dosis de blasfemia

    jueves, mayo 29, 2008

    Nuevo video de Pat Condell.


  2. «Jesús sabe que tengo razón»

    domingo, mayo 25, 2008

    La canción es viejita pero sigue vigente. Me dieron ganas de recordarla aquí.


  3. Acerca del creador

    martes, mayo 20, 2008

    ¿Dios creó al hombre o el hombre creó a Dios? Científicos de Oxford investigan la estructura cerebral que aloja la creencia religiosa - Y Einstein aviva el debate desde la tumba

    © Mónica Salomone
    Publicado en El País


    Si usted cree en Dios o, en general, en alguna forma de ente místico, sepa que la inmensa mayoría de la humanidad está en su mismo bando. Si por el contrario no es creyente, es usted, en términos estadísticos, un raro. Si la demostración de la existencia de Dios se basara en el número de fieles, la cosa estaría clara. No es así, aunque en lo que respecta a este artículo eso es, en realidad, lo de menos. Creyentes y no creyentes están divididos por la misma pregunta: ¿Cómo pueden ellos no creer/creer (táchese lo que no corresponda)? Este texto pretende resumir las respuestas que la ciencia da a ambas preguntas.

    Los físicos están pletóricos este año porque gracias al acelerador de partículas LHC, que pronto empezará a funcionar cerca de Ginebra, podrán por fin buscar una partícula fundamental que explica el origen de la masa, y a la que llaman la partícula de Dios. Los matemáticos, por su parte, tienen desde hace más de dos siglos una fórmula que relaciona cinco números esenciales en las matemáticas –entre ellos el famoso pi–, y a la que algunos, no todos, se refieren como la fórmula de Dios. Pero, apodos aparte, lo cierto es que la ciencia no se ocupa de Dios. O no de demostrar su existencia o inexistencia. Las opiniones de Einstein –expresadas en una carta recientemente subastada– valen en este terreno tanto como las de cualquiera. Sí que se pregunta la ciencia, en cambio, por qué existe la religión.

    No es ni mucho menos un tema de investigación nuevo, pero ahora hay más herramientas y datos para abordarlo, y desde perspectivas más variadas. A sociólogos, antropólogos o filósofos, que tradicionalmente han estudiado el fenómeno de la religión o la religiosidad, se unen ahora biólogos, paleoantropólogos, psicólogos y neurocientíficos. Incluso hay quienes usan un nuevo término: neuroteología, o neurociencia de la espiritualidad. Prueba del auge del área es que un grupo de la Universidad de Oxford acaba de recibir 2,5 millones de euros de una fundación privada para investigar durante tres años «cómo las estructuras de la mente humana determinan la expresión religiosa», explica uno de los directores del proyecto, el psicólogo evolucionista Justin Barrett, del Centro para la Antropología y la Mente de la Universidad de Oxford.

    Meter mano científicamente a la pregunta «por qué somos religiosos los humanos» no es fácil. Una muestra: experimentos recientes identifican estructuras cerebrales relacionadas con la experiencia religiosa. ¿Significa eso que la evolución ha favorecido un cerebro pro-religión porque es un valor positivo? ¿O es más bien el subproducto de un cerebro inteligente? Sacar conclusiones es difícil, e imposible en lo que se refiere a si Dios es o no «real». Que la religión tenga sus circuitos neurales significa que Dios es un mero producto del cerebro, dicen unos. No: es que Dios ha preparado mi cerebro para poder comunicarse conmigo, responden otros. Por tanto, «no vamos a buscar pruebas de la existencia o inexistencia de Dios», dice Barrett.

    ¿Desde cuándo es el hombre religioso? Eudald Carbonell, de la Universidad Rovira i Virgili y co-director de la excavación de Atapuerca, recuerda que «las creencias no fosilizan», pero sí pueden hacerlo los ritos de los enterramientos, por ejemplo. Así, se cree que hace unos 200.000 años Homo heidelbergensis, antepasado de los neandertales y que ya mostraba «atisbos de un cierto concepto tribal», ya habría tratado a sus muertos de forma distinta. De lo que no hay duda es de que desde la aparición de Homo sapiens el fenómeno religioso es un continuo. «La religión forma parte de la cultura de los seres humanos. Es un universal, está en todas las culturas conocidas», afirma Eloy Gómez Pellón, antropólogo de la Universidad de Cantabria y profesor del Instituto de Ciencia de las Religiones de la Universidad Complutense de Madrid.

    ¿Por qué esto es así? Para Carbonell hay un hecho claro: «La religión, lo mismo que la cultura y la biología, es producto de la selección natural». Lo que significa que la religión –o la capacidad para desarrollarla–, lo mismo que el habla, por ejemplo, sería un carácter que da una ventaja a la especie humana, y por eso ha sido favorecido por la evolución. ¿Qué ventaja? «Eso ya es filosofía pura», responde Carbonell. Está dicho, las creencias no fosilizan.

    Así que hagamos filosofía. O expongamos hipótesis: «Un aspecto importante aquí es la sociabilidad», dice Carbonell. «Cuando un homínido aumenta su sociabilidad interacciona de forma distinta con el medio, y empieza a preguntarse por qué es diferente de otros animales, qué pasa después de la muerte... Y no tiene respuestas empíricas. La religión vendría a tapar ese hueco».

    Esa visión cuadra con la antropológica. La religión, según Gómez Pellón, da los valores que contribuyen a estructurar una comunidad en torno a principios comunes. Por cierto, ¿y si fueran esos valores, y no la religión en sí, lo que ha sido seleccionado? Curiosamente, señala Gómez Pellón, «los valores básicos coinciden en todas las religiones: solidaridad, templanza, humildad...». Tal vez no sea mensurable el valor biológico de la humildad, pero sí hay muchos modelos que estudian el altruismo y sus posibles ventajas evolutivas en diversas especies, incluida la humana.

    También coinciden Carbonell y Gómez Pellón al señalar el papel «calmante» de la religión. «La religión ayuda a controlar la ansiedad de no saber», dice el antropólogo. «Cuanto más se sabe, más se sabe que no se sabe. Y eso genera ansiedad. Además, el ser humano vive poco. ¿Qué pasa después? Esa pregunta está en todas las culturas, y la religión ayuda a convivir con ella, nos da seguridad». Lo constatan quienes tratan a diario con personas próximas a situaciones extremas. «Es verdad que en la aceptación del proceso de morir las creencias pueden ayudar», señala Xavier Gómez-Batiste, cirujano oncólogo y Jefe del Servicio de Cuidados Paliativos del Hospital Universitario de Bellvitge.

    Por si fueran pocas ventajas, otros estudios sugieren que las personas religiosas se deprimen menos, tienen más autoestima e incluso «viven más», dice Barrett. «El compromiso religioso favorece el bienestar psicológico, emocional y físico. Hay evidencias de que la religión ayuda a confiar en los demás y a mantener comunidades más duraderas». La religión parece útil. Eso explica que el ser humano «sea naturalmente receptivo ante las creencias y actividades religiosas», prosigue.

    Naturalmente receptivos. ¿Significa eso que estamos orgánicamente predispuestos a ser religiosos? ¿Lo está nuestro cerebro? En los últimos años varios grupos han recurrido a técnicas de imagen para estudiar el cerebro en vivo en «actitud religiosa», por así decir. «Son experimentos difíciles de diseñar porque la experiencia religiosa es muy variada», advierte Javier Cudeiro, jefe del grupo de Neurociencia y Control Motor de la Universidad de Coruña. Los resultados no suelen considerarse concluyentes. Pero sí se acepta que hay áreas implicadas en la experiencia religiosa.

    En uno de los trabajos se pedía a voluntarios –un grupo de creyentes y otro de no creyentes– que recitaran textos mientras se les sometía a un escáner cerebral. Al recitar un determinado salmo, en los cerebros de creyentes y no creyentes se activaban estructuras distintas. No es sorprendente. «Se da por hecho», explica Cudeiro; lo mismo que hay áreas implicadas en el cálculo o en el habla.

    La pregunta es si esas estructuras fueron seleccionadas a lo largo de la evolución expresamente para la religión. Cudeiro no lo cree. «La experiencia religiosa se relaciona con cambios en la estructura del cerebro, y neuroquímicos, que llevan a la aparición de la autoconciencia, el lenguaje... cambios que permiten procesos cognitivos complejos; no son para una función específica». O sea que la religión bien podría ser, como dice Carbonell, un efecto secundario de la inteligencia.

    Otros estudios de neuroteología han estudiado el cerebro de monjas mientras evocaban la sensación de unión con Dios, y de monjes meditando. Uno de los autores de estos trabajos, Mario Beauregard, de la Universidad de Montreal, aspira incluso a poder generar en no creyentes la misma sensación mística de los creyentes, a la que se atribuyen tantos efectos beneficiosos: «Si supiéramos cómo alterar [con fármacos o estimulación eléctrica] estas funciones del cerebro, podríamos ayudar a la gente a alcanzar los estados espirituales usando un dispositivo que estimule el cerebro», ha declarado Beauregard a la revista Scientific American.

    Lo expuesto en este texto sugiere que la cuestión no es tanto por qué existe la religión, sino por qué existe el ateísmo. Con todas las ventajas de la religión, ¿por qué hay gente atea? «El ateísmo actual es un fenómeno nuevo y queremos investigarlo, sí», dice Barrett por teléfono. ¿Tiene que ver con el avance de la ciencia, capaz de dar al menos algunas de esas tan buscadas respuestas? Varios estudios indican que, en efecto, los científicos son menos religiosos que la media. Pero hay excepciones; los matemáticos y los físicos, en especial los que se dedican al estudio del origen del universo –¡precisamente!–, tienden a ser más religiosos. No hay consenso sobre si un mayor grado de educación, o de cociente intelectual, hace ser menos religioso. «El ser religioso o no seguramente depende de muchos factores que aún no conocemos», dice Barrett.


  4. «La ciencia sin religión es inútil y la religión sin ciencia está ciega». El largo y encendido debate entre creyentes y no creyentes sobre si Albert Einstein perteneció al primer o segundo grupo, desencadenado precisamente por ese aforismo del genio, podría haber quedado zanjado. Una carta del físico alemán que saldrá a subasta esta semana califica las creencias religiosas de «supersticiones infantiles», según informa este martes el diario británico The Guardian.

    Albert Einstein escribió la misiva de su puño y letra el 3 de enero de 1954 y su destinatario fue el filósofo Eric Gutkind, quien había enviado poco antes al padre de la teoría de la relatividad una copia de su libro La llamada bíblica a la rebelión. «La palabra Dios no es más que la expresión y el fruto de la debilidad humana, y la Biblia, una colección de honorables leyendas primitivas, las cuales, no obstante, son bastante pueriles», decía el científico en la carta.

    Einstein, que era judío y rehusó el ofrecimiento de ser el segundo presidente de Israel, también rechazó la idea de que los judíos son un pueblo tocado por Dios. «Para mí, la religión judía, como las demás, es una encarnación de las supersticiones más infantiles. Y el pueblo judío, al que estoy contento de pertenecer y con el que tengo una profunda afinidad, no es diferente del resto», escribió a Gutkind.

    La misiva se pondrá a la venta el próximo jueves en una casa de subastas londinense tras permanecer más de 50 años en manos privadas y se espera que alcance un precio de 8.000 libras (más de 9.700 euros). El documento no se encuentra incluido en la obra Einstein y la religión, libro de referencia en este asunto de la autoridad en la materia Max Jammer. Casi con toda seguridad, la carta no pondrá punto final al debate, aunque alimentará aún más la controversia sobre la verdadera forma de pensar de uno de los genios del siglo XX.

    Publicado en El País de Madrid.

    Ver también: Einstein y la religión, en primera persona.
    Además: «Darwin no perdió la fe por desarrollar la teoría de la evolución».



  5. El escritor austriaco levanta testimonio de los horrores de la fe


    © José Andrés Rojo
    Publicado en El País de Madrid

    «Si alguien me dice que sabe escribir, desconfío», comenta Josef Winkler (Kamering, Carintia, 1953). «No creo que se pueda aprender a escribir de una forma determinada; cuando escribes, descubres lo que va surgiendo con la frase. Es algo que se puede expresar también a la manera del autor alemán Friedrich Hebbel: ‘Cada frase, el rostro de un hombre’. Eso es lo que hago, y si no hay rostros en las frases que he escrito, es que no sirven».
    He aquí algunos ejemplos de su escritura, tomados de su última novela traducida, Cementerio de las naranjas amargas (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores). «Si supiera que tengo alguna enfermedad mortal e iba a morir en unas semanas, iría en barco a la isla de Stromboli y me arrojaría al volcán, porque a mi tierra natal de Carintia no quiero dejarle ni siquiera mi cadáver». O esta otra: «Me gusta estar entre los muertos; no me hacen nada y son también seres humanos».

    Conviene dar cuenta del tono de Winkler, no muy distinto en su dureza (y en su carácter obsesivo) del de otros escritores austriacos, como Thomas Bernhard o Elfriede Jelinek. «Lo más importante es encontrar tu propia voz», dice. Antes se ha referido a la infancia como el lugar en el que hay que buscar las experiencias que configuran la propia mirada. «Fui monaguillo durante seis o siete años en un pequeño pueblo católico de labriegos del sur de Austria, en la Carintia. La Iglesia me educó en el temor. Nos contaron que los ángeles llevaban un minucioso registro de cuanto hacíamos y pensábamos, de cuanto soñábamos y sentíamos. El día del Juicio Final se abriría ese libro en el cielo y seríamos condenados, según lo que estuviera apuntado, al fuego eterno del infierno».

    «Nos contaron todo esto y crecimos con esos miedos, pero también descubrimos que aquello no era verdad», añade Winkler. «Pudimos ver lo que había detrás y comprobamos que esos ángeles que parecían de oro estaban vacíos. Ni lengua, ni corazón, ni entrañas, ni pulmones. Pura fachada, un gran fraude».

    El dolor, la muerte, el pecado, el mal, el suicidio, la penitencia, la sangre, la podredumbre, la atmósfera tétrica de las sacristías y las iglesias, los oscuros rituales: las marcas inconfundibles del catolicismo más cerrado constituyen la columna vertebral de esta novela de Winkler. «No lo hice como una venganza, pero devolví el daño que me hicieron como una inmensa blasfemia».

    Es inevitable, frente a ese panorama, referirse al reciente caso del padre que supuestamente encerró durante 24 años a su hija para abusar de ella en el pueblo de Amstetten. «No es una especialidad austriaca», dice Winkler, «pudo haber ocurrido en Baviera o en un pueblo de la España profunda». Pero explica que hay algo en los austriacos que los lleva a desentenderse de los demás, a mirar a otra parte, a subyugarse. «Incluso las instituciones son responsables, ¿cómo no investigaron en una casa que iba creciendo saltándose todas las normas vigentes?».

    El descenso a los infiernos del catolicismo lo inicia Winkler en Carintia y lo continúa en Roma (e Italia). La homosexualidad es uno de los elementos centrales de su vida cotidiana («De niños fuimos ocultando nuestros sentimientos; ya mayores, es necesario huir a tiempo y aprender a ser anónimos en un mundo extraño»). También recorre la novela la pervivencia del nazismo en muchos de los austriacos de su entorno. La muerte es una obsesión permanente. «Del azar de lo que leemos, dice Elías Canetti, depende lo que somos», escribe Winkler. Su literatura tiene esa ambición, la de sacudir y transformar.

  6. Un diputado de EEUU se confiesa ateo

    domingo, mayo 11, 2008

    Por primera vez en la historia, un diputado del Congreso de USA se declara públicamente como ateo. Los humanistas se alzan contra los prejuicios


    © David A. Niose
    Traducido para Rebelión por Anahí Seri


    El diputado Pete Stark (demócrata, por California) ha salido del armario, pero no en el sentido en que solemos utilizar esta expresión. Stark, quien el pasado otoño aceptó el premio «Humanista del año» concedido por la Capellanía Humanista de Harvard, es el primer representante del Congreso de la historia que ha reconocido abiertamente su ateísmo.
    Esta revelación pública de su ateísmo por parte de un legislador llega en un momento en que están copando la lista de superventas los libros de unos autores denominados «nuevos ateos» (Richard Dawkins, Sam Harris, el catedrático de la Universidad deTufts Daniel Dennett, y Christopher Hitchens). Considerando la reputación que tiene Estados Unidos en cuanto nación religiosa, es llamativo que el ateísmo y el humanismo hayan emergido de forma tan popular. De acuerdo con una encuesta realizada en el año 2006 por la Universidad de Minnesota, los ateos eran el grupo del que más se desconfiaba en los Estados Unidos, más que de los gays, los musulmanes y los inmigrantes recientes. Un 48% de los estadounidenses no estarían dispuestos a votar a un ateo, aunque por lo demás tuviera las calificaciones adecuadas, porcentaje de rechazo superior al de cualquier otro grupo.
    El estatus de Stark, el único ateo declarado del Congreso, pone de manifiesto lo que se percibe como un sesgo en contra de los no creyentes. Stark representa a un distrito liberal de la zona de la Bahía, y tal vez no considera muy arriesgado hacerse notar como ateo, pero hasta la fecha ningún otro diputado parece dispuesto a seguir su ejemplo. (La Coalición Laica de América (SCA, por sus siglas en inglés), el grupo a través del cual Stark se ha hecho notar, confirma que muchos otros legisladores han admitido en privado que no son creyentes, pero la SCA no hará pública esta información sin el consentimiento del interesado.) De forma similar a lo que ocurría con los gays hace una generación, los ateos de la actualidad no es probable que sufran una discriminación abierta siempre que se muestren discretos en lo que respecta a su ateísmo. Pero si alguien expresara públicamente su ateísmo, sobre todo en un contexto político (por ejemplo, oponiéndose a las oraciones subvencionadas por el gobierno), el desprecio de la mayoría se haría notar de inmediato.
    Históricamente, en cuanto grupo, los ateos no pueden afirmar que los prejuicios del público contra ellos sean tan amplios, severos u ostensibles como los que sufren las minorías raciales o las mujeres, pero de todos modos el prejuicio distorsionado e irracional contra los ateos tiene raíces profundas y tiene su precio. Al exaltar la religiosidad y despreciar la falta de creencias, el público y los medios de comunicación contribuyen a validar la derecha religiosa y su agenda. Los progresistas deberían interesarse por la actual política de identidad de los ateos y humanistas. Una mayor visibilidad de ateos y humanistas puede ayudar a demoler el mito de que los no creyentes son inmorales, y de este modo debilitar la pretensión de la derecha religiosa de una superioridad moral. Ante el fanatismo religioso que motiva a los terroristas en el extranjero, y un conservadurismo religioso que incide de forma alarmante en la política pública doméstica, la comunidad no teísta ve que ha llegado el momento de emerger. Así pues, uno se pregunta si Stark va a ser por mucho tiempo el único congresista no teísta.

    David A. Niose es directivo de la Asociación Humanista Americana y consejero de la Coalición Laica de América.


  7. La Biblia se lee cada vez menos

    viernes, mayo 02, 2008

    Buenos Aires, 1 de mayo (Télam).- Las «sagradas escrituras», a pesar de haber sido traducida a 2.454 idiomas, se leen cada vez menos en algunos países predominantemente católicos.
    Los investigadores entrevistaron a 13.000 cristianos y no cristianos de nueve países: Alemania, España, Estados Unidos, Francia, Holanda, Italia, Polonia, Reino Unido y Rusia.
    Sólo el 8% de los españoles y el 11% de los franceses encuestados respondieron correctamente a preguntas básicas sobre la Biblia.
    En Italia, apenas el 14% de los entrevistados sabía si Jesús ayudó a escribir la Biblia, si los evangelios forman parte de ésta y si Moisés o Pablo aparecen en el Antiguo Testamento.
    Incluso en el país donde se obtuvo la mayor cantidad de respuestas correctas, Polonia, solamente el 20% las sabía.
    El estudio lo realizó uno de los principales institutos de investigación de Italia, Eurisko, informó la cadena de noticias BBC. La encuesta la solicitó la Federación Bíblica Católica, como preparación para un sínodo de los obispos católicos sobre la Biblia, que se celebrará en el Vaticano en octubre.