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  1. El error de Ratzinger se agiganta

    domingo, marzo 29, 2009


    Pocos confían ya en Benedicto XVI. Sus anacrónicas decisiones muestran un Papa rodeado de una curia inoperante e incapaz de conducir la maquinaria vaticana

    © Miguel Mora
    Publicado en El País el 29 de marzo de 2009

    ROMA- No se apaga el tam tam de los tambores. Tras su periplo africano y la encendida polémica sobre el sida y los preservativos, afirmar que Joseph Ratzinger es un papa cada vez más cuestionado es una obviedad. Fuera de la Iglesia, no cesan las críticas y los ataques. En Francia y Alemania, las encuestas entre católicos registran ya la palabra «dimisión», y Gobiernos, ciudadanos y ONG dejan ver su abierto descontento. Dentro del Vaticano, las cosas están igual. O peor. El Papa alemán fue elegido por los cardenales por su alta inteligencia. Pero, como dice el veterano vaticanista y escritor Giancarlo Zizola, «estos primeros cuatro años de papado sugieren que, por mucho que su inteligencia sea finísima, no le llega para gobernar la Iglesia».
    «Ratzinger es un prisionero de la curia, vive en una especie de Aviñón en patria, alejado de los episcopados nacionales, sin más apoyo que el de su pequeña camarilla», explica Zizola, autor del libro Santità e potere. Dal Concilio a Benedetto XVI. El Vaticano visto dal interno. Filippo di Giacomo, sacerdote y periodista, 11 años de misionero en el Congo, hoy juez vicario en Roma, cree que la crisis que vive el Vaticano «refleja una enfermedad crónica desde hace siete siglos: su sistema de Gobierno no funciona ni es colegial». «La curia moderna es una maquinaria gigantesca, inoperante e inútil. Hay 35 cardenales en Roma. Están divididos en grupos, enfrentados, y se dedican a conspirar y a cooptar afines por los pasillos», señala Di Giacomo.
    Se trata de una batalla en toda regla, en la que los bandos se mezclan y se confunden. La revuelta estalló con el perdón a los obispos lefebvrianos. Un grupo amplio de obispos y teólogos moderados y conciliares (alemanes, franceses y latinoamericanos, sobre todo), hartos de no ser tenidos en cuenta, hizo ver su descontento al Papa. En respuesta, éste reprendió a la curia por no actuar de forma «colegiada y ejemplar».
    Zizola recuerda que Wojtyla intentó obviar una fractura que ya existía a base de carisma y comunicación. Su papado creció con la televisión y se convirtió en una especie de Show de Truman, la primera encíclica catódica: le vimos envejecer, derribar el muro de Berlín, sufrir atentados, viajar, besar los suelos del planeta varias veces, agonizar en directo. Pero tampoco él fue capaz de reformar el sistema de gobierno. «Prefirió escaparse de Roma y tapar la crisis de la Iglesia y el vacío de gobierno», dice Zizola.
    Mientras Wojtyla viajaba, Ratzinger estudia y escribe. Mucho más aislado y a la defensiva, el Papa soporta mal que le lleven la contraria. Su carta a los obispos reveló que le disgusta sobre todo el desamor, la intriga, «el odio y la hostilidad». Su texto dibuja a una curia conspiradora, que aspira a mandar tanto o más que él, que mueve los hilos en la sombra, que filtra noticias, escondiendo la mano, para hacerse valer. La peculiar sensibilidad de Ratzinger es una parte del problema. ¿Se trata de un «pastor alemán» como tituló Il Manifesto cuando fue nombrado, o «un cordero en medio de los lobos», según la expresión del Evangelio de Mateo?
    Di Giacomo despachó con él a menudo cuando dirigía la Congregación para la Doctrina de la Fe: «Le puedes decir cualquier cosa, siempre que no subas la voz. Si la elevabas medio tono, ponía su extraña sonrisa, cerraba el cuaderno y se marchaba. Delante de él no se puede ofender a nadie. Es un democristiano bávaro, y los democristianos bávaros son raros. Pueden tener ideas avanzadas, pero si los demás no les siguen, se asustan y frenan. Ratzinger es cualquier cosa menos un aventurero. Por eso se fue de la Universidad de Tubinga el día que se encontró a los estudiantes protestando tirados en el suelo. Es un monje, y nadie le ha dicho a tiempo que el mundo mediático no es un aula universitaria».
    En un texto publicado por la revista religiosa Il Regno, Zizola ha recordado que en 1965 el obispo brasileño Helder Camara anunció al mundo durante el concilio la reforma de la monarquía pontificia, creando un senado compuesto por cardenales, patriarcas y obispos, elegidos por las conferencias episcopales, para ayudar al Papa en el gobierno y convocar cada 10 años un concilio ecuménico.
    La reforma nunca se hizo. La curia, la corte púrpura, ese ente invisible y lujosamente vestido, cuyo poder sobrevive a los papas, jamás aceptó la democratización. Hoy, dentro de la curia, nadie se fía de nadie. Por un lado están los influyentes hombres «del servicio», como se autodenominan los diplomáticos de la secretaría de Estado que dirige Tarcisio Bertone, el único que despacha a diario con Ratzinger; por otro, los intelectuales orgánicos (periodistas, profesores, juristas, rectores...), unos papistas y muchos no; y luego está la variopinta macedonia cardenalicia y episcopal que dirige los dicasterios: nueve congregaciones, 11 consejos pontificios, tres tribunales, tres oficinas. «En los dicasterios están los casos piadosos», dice Filippo di Giacomo. «Desde Pablo VI, el Papa que internacionalizó la curia y la llenó de excelencia con los mejores cerebros de ese tiempo, la decadencia del equipo de gobierno ha sido imparable. Wojtyla llegó a Roma en 1978 lleno de odio contra la curia, porque nadie escuchaba a los obispos del este de Europa, y se trajo a todos los fracasados, a los que no servían a las diócesis», cuenta Di Giacomo. «López Trujillo, Castrillón Hoyos, Martínez Somalo, Martino, Barragán, Milingo... Gente insignificante. Luego hizo obispo a su secretario, y le dijo: “A estas bestias trátales tú”».
    ¿Podrá este Papa más tímido aún apaciguar a ese rebaño de «gálatas que muerden y devoran»? Según Zizola, «el Papa trabajó durante el Concilio en la frontera de la renovación y sabe que el gran problema es la nula participación de los obispos en el gobierno de la Iglesia. Algunos cardenales recuerdan que los obispos eran consultados más a menudo en la época de Pío XII, antes del Concilio, que actualmente».
    Cerca del Papa, coinciden Zizola y Di Giacomo, está el desierto. Cuatro monjas estadounidenses que dirigen el departamento informático y evitan que los hackers entren en la web. Su secretario, el guapo, alto y bávaro Georg Genswein, considerado un cero a la izquierda –«Es un cretino», afirma sin tapujos un miembro de la curia–. El portavoz, el amable jesuita Federico Lombardi, y sus dos ayudantes, que no dan abasto a apagar fuegos, y que según se dice serán sustituidos en junio.
    Los hombres de confianza son aún menos. El cardenal alemán Lehman, que culpó del desastre Williamson a los mensajeros; Bertone, el secretario de Estado, que también dejará su sitio pronto por edad. Antonio Cañizares, prefecto de la estratégica, según la visión de Ratzinger, Congregación para el culto divino. Y el lituano Audrys Juozas Backis, que suena para sustituir a Bertone. Demasiado poco para un hombre de 81 años con una enorme carga de trabajo. «El grado de complejidad del cargo, con 1.100 millones de católicos, 6.000 obispos en activo, relaciones ecuménicas e interreligiosas, viajes, encíclicas, y relaciones de Estado, es insostenible para un hombre solo, inteligente como Ratzinger o carismático como Wojtyla», dice Zizola.
    Por eso hay muchos obispos en guerra. Mientras Ratzinger salta de un pantano a otro, la iglesia moderada, progresista y conciliar no aguanta más. Según Zizola, el poder del Opus Dei, como en tiempos de Wojtyla y Navarro Valls, sigue siendo enorme. Di Giacomo no cree que sea tanto. Pero la máquina de enredar está en marcha. Con el perdón a los lefebvrianos, el Papa ha despreciado a las corrientes de signo opuesto, especialmente a la Teología de la Liberación, que él mismo frenó hace 25 años. Al fondo, se habla ya de un posible sustituto, el cardenal hondureño Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga. Pero eso lo decidirá la curia.


    Exigen al Papa que se retracte

    Publicado en El Periódico
    La irritación que el papa Benedicto XVI ha provocado en la comunidad científica internacional al cuestionar la eficacia del preservativo en la lucha contra el sida difícilmente podría tener un altavoz más autorizado que la revista británica The Lancet, considerada, junto con la estadounidense New England Journal of Medicine, como la publicación médica más influyente del mundo. Y esta vez The Lancet ha sido contundente. En un editorial de insólita dureza que aparece en el número que hoy mismo [28 de marzo] se distribuye, el semanario acusa al Pontífice de haber llevado a cabo un ejercicio de «manipulación» de la verdad científica que ha puesto en peligro «la salud de millones de personas», y le exige por ello una rectificación en toda regla.
    (…)
    «Cuando una persona influyente, ya sea una figura religiosa o política, hace una declaración científica que podría tener efectos devastadores sobre la salud de millones de personas, debería retractarse o rectificar», señala el editorial de The Lancet, que, consciente del enorme impacto que todas las manifestaciones del Pontífice tienen entre los católicos, añade a continuación: «Algo menos que eso sería hacer un flaco servicio al público y a quienes trabajan en defensa de la salud, incluidos muchos miles de católicos que trabajan de manera incesante para impedir la propagación del sida en todo el mundo».
    La revista sugiere incluso que Benedicto XVI es consciente de la falsedad que encierran sus palabras pero antepone a la verdad el propósito interesado de extender su fe. «Al afirmar que los condones exacerban el problema del sida, el Papa ha distorsionado públicamente las evidencias científicas con el fin de promover su doctrina», apunta. Y más adelante abunda en la cuestión: «No está claro si el error del Papa se ha debido a ignorancia o a un intento deliberado de manipular la ciencia en apoyo de la ideología católica».
    La ola de airadas protestas que han provocado las declaraciones de Joseph Ratzinger forzó el domingo pasado a L’Osservatore Romano, el diario oficial del Vaticano, a publicar un artículo en el que se aceptaba la eficacia del preservativo y a matizar que lo que el Papa quiso decir en realidad era que la distribución de condones por sí sola no es suficiente para hacer frente al sida, sino que debe ir acompañada de prácticas más acordes con el discurso de la Iglesia católica como la abstinencia y la fidelidad dentro del matrimonio. Una suerte de marcha atrás que The Lancet juzga completamente insuficiente. «Sus comentarios de Benedicto XVI están ahí –señala la revista–, y los intentos del Vaticano de retorcer las palabras del Papa, manipulando una vez más la verdad, no es el mejor camino a seguir».

  2. Ratzinger contra los preservativos

    miércoles, marzo 18, 2009


    Benedicto XVI dijo que la enfermedad es una tragedia y que el uso de profilácticos agrava la situación. Lo dijo antes de iniciar una gira de seis días por África, donde hubo 17 millones de muertos por el sida.


    Publicado en Crítica

    Por primera vez, un Papa pronunció la palabra «preservativo» Benedicto XVI dijo que el sida «es una tragedia que no se puede superar con la distribución de preservativos que, al contrario, agravan el problema». Joseph Ratzinger propuso contener la enfermedad con una «enovación espiritual y humana de la sexualidad» unida a «n comportamiento moral y correcto». Fue en el marco de su visita a Camerún, en África, el continente en el que más de 17 millones de africanos ya murieron por ese flagelo.
    Yaundé, la capital de Camerún, recibió a Benedicto con gran entusiasmo. Decenas de miles de personas aclamaron con cantos y banderas el paso del papamóvil. Es lógico: África es la región de crecimiento más rápido en el número de fieles de la Iglesia católica. Las cifras oficiales indican que el gran vivero actual de nuevos fieles y sacerdotes es África. En las décadas posteriores al Concilio Vaticano II, el catolicismo ha crecido allí a niveles impensables en otros sitios, y hoy un 17% de sus casi 1.000 millones de habitantes se confiesa católico. Por eso la dedicación al empobrecido continente.
    A once años de la última gira de Juan Pablo II, los camerunenses presenciaron un acontecimiento histórico. Ratzinger dijo que su viaje, que durará seis días y lo llevará también a Angola, tiene como objetivo «confirmar a mis hermanos en la fe». Para ello entregará a las conferencias episcopales de África un documento de preparación del segundo sínodo para África, que se celebrará en octubre en Roma. El Papa –que aprovechó su viaje para reiterar su rechazo al aborto– reconoció que la región sufre «de manera desproporcionada» males como el hambre, la pobreza y diversas enfermedades.

    Rechazo internacional
    Las palabras del Papa contra el uso de preservativos generaron críticas. El Fondo de Naciones Unidas para la Infancia, dijo que «adultos y jóvenes deben saber sobre las formas de contagio, y de cómo protegerse del sida». Claudia Roth, jefa del Partido Verde del Parlamento alemán, opinó: «El Papa continúa con una política contraproductiva, destructiva, alejada de la vida y enemiga del amor, que destruye toda base razonable para el combate de la epidemia».
    En la Fundación Huésped calificaron los dichos de Benedicto XVI como «equivocados y peligrosos». Su presidente, Pedro Cahn, advirtió ante Crítica de la Argentina que «esos conceptos pueden inducir a un error que puede costar la vida» y que «los hechos demuestran exactamente lo contrario de lo que dijo». El médico recordó que el preservativo no sólo previene el contagio del HIV, sino también la sífilis, la blenorragia, las hepatitis B y C, el herpes y la chlamydia, que puede producir esterilidad en la mujer.
    El informe de situación para 2007 del Programa Conjunto de la ONU sobre el Sida indica que la epidemia de la enfermedad en Camerún es una de las más extensas en África subsahariana: casi medio millón de adultos (el 5,4% de la población) vivían con HIV en 2005. Yaundé registra uno de los índices más altos: el 8,3% de los habitantes. El informe de Naciones Unidas agrega que «en los últimos años, no se han realizado vigilancias entre embarazadas, lo cual dificulta la evaluación de las tendencias de la epidemia».

  3. WASHINGTON, 13 Mar 2009 (AFP-NA) - La Iglesia Católica estadounidense pagó 436 millones de dólares en 2008 por casos de abusos sexuales en los que estaban involucrados miembros del clero, indica un informe oficial eclesiástico divulgado este viernes, que apunta a curar las profundas heridas del escándalo que estalló en 2002.
    La enorme suma fue pagada en acuerdo con las víctimas, según el informe, que señala que la Iglesia está implementando una carta para proteger a los niños. Las sumas pagadas por los convenios acordados cayeron 29% respecto al récord de 526 millones de dólares pagados en 2007, señala el informe.
    Alrededor de 22 millones se destinaron el año pasado a pagar terapias para las víctimas o apoyo a los abusadores acusados, afirma el documento, encargado por la Conferencia Episcopal de la Iglesia Católica de Estados Unidos en los últimos seis años.
    Mientras los pagos de la Iglesia relacionados con casos de abuso sexual cayeron, el número de nuevas denuncias y víctimas aumentó 16%.
    El informe señala que el año pasado se presentaron 803 nuevas denuncias de abusos, más de la mitad de las cuales corresponden a niños, contra 692 en 2007.
    Más de la mitad de las nuevas denuncias corresponden a casos de abusos sexuales, que los denunciantes sitúan entre 1960 y 1974. Muchos de los supuestos abusadores murieron o ya no ejercen sus ministerios religiosos.
    El documento afirma asimismo que el número de víctimas pasó de 689 en 2007 a 796 en 2008.

  4. © Jesús Bastante
    Publicado en Público el 10/03/2009

    Si alguien esperaba que tras las sucesivas admoniciones de la Santa Sede, la Fraternidad San Pío X o la justicia argentina, el obispo negacionista Richard Williamson daría marcha atrás en sus tesis, o que al menos mantendría un prudente silencio, se equivocaba. El polémico prelado uno de los cuatro que excomulgó Juan Pablo II en 1988 y rehabilitó Benedicto XVI el pasado 24 de enero ha profetizado desde su blog «un nuevo 11 de septiembre», como anticipo a «una devastadora tercera guerra mundial». A su vez, vaticina «una batalla de sangre» en la Iglesia católica, devorada «por las ruinas derivadas del Concilio Vaticano II».
    «El mundo occidental y sus políticos están tan fuera de la realidad que sólo una devastadora tercera guerra mundial podría devolverlos a ella: la guerra se presentará como la única posible salida de los insolubles problemas económicos», añade el obispo ultratradicionalista, quien desde hace dos semanas se encuentra en Reino Unido, tras ser conminado a abandonar Argentina.
    «Una nueva era de mártires está ante nosotros», añade el obispo en su blog, donde ve la crisis económica como «únicamente el inicio» de la trágica y definitiva gran guerra. «Otro 11 de septiembre puede ser fabricado para comenzarla», augura el obispo negacionista.
    Williamson no oculta sus críticas a lo que denomina el «desastre de la Iglesia», en especial, tras «el Concilio Vaticano II, que ha puesto en descomposición la fe y los cerebros». Hay que recordar que, para regresar a la comunión con Roma, los obispos lefebvristas deben reconocer en su totalidad la autoridad del Concilio, algo que, por el momento, no tienen pensado hacer.
    Williamson tampoco se detiene aquí. «La Iglesia oficial ha dejado de combatir la herejía, y los católicos han vuelto a combatir bestias sin cerebro en la arena», asevera el polémico prelado, para quien la Iglesia de Roma «necesita tanto amigos serios como enemigos». Respecto a la seriedad de estos últimos, afirma tajante que «no puede ser probada con meras palabras, sino con la sangre».


  5. © Atilana Guerrero Sánchez
    Publicado en El Catoblepas


    «Probablemente Dios no existe, deja de preocuparte y disfruta la vida»,
    Unión de Ateos y Librepensadores et alii



    Desde Barcelona, pasando por Málaga, tras la llegada a Madrid de la campaña de los «buses ateos» en el mes de febrero, se puede decir que, a pesar de lo que sus promotores hayan querido interpretar, el efecto que pretendían de «hacer visible la existencia de millones de ciudadanos ateos» en palabras de Albert Riba, presidente de la Unión de Ateos y Librepensadores (UAL), no se ha cumplido. Y tal es el caso sencillamente porque dicho objetivo es imposible.
    Su imposibilidad se debe a que los ateos, como grupo de ciudadanos, no constituyen una totalidad armónica englobable bajo una misma doctrina que consistiera en negar la existencia de Dios, como indoctamente se supone por su definición más vulgar.
    Por el contrario, el ateísmo es un género con muchas especies, las cuales se definen unas frente a otras con tanta o más discrepancia entre sí que la que mantienen esos diversos ateísmos con el teísmo del que proceden. Y si esto ya es válido para el territorio nacional, en el que la mayoría de los ateos son ateos católicos, más aún se podrá decir de una campaña que, como hemos sabido, no es más que una copia de la que nació en Reino Unido como respuesta al anuncio de publicidad protestante que circuló en los autobuses londinenses con una cita bíblica: «Cuando el Hijo del Hombre venga a la Tierra ¿encontrará fe? (Lucas 18:8).»
    Al parecer, fue la periodista Ariane Sherine quien indignada por el mensaje tuvo la idea de responder de la forma en que ya es de todos conocida por haber llegado a España ocupando los laterales de algunos autobuses.
    Sin restar mérito al éxito conseguido a juzgar por la respuesta de los «ateos» británicos para sufragar el espacio publicitario, sin embargo, lo que venimos a discutir son los supuestos ideológicos mismos del humanismo ateo que tiene detrás esta campaña.
    Del error de este ateísmo simplista –univocista–, en principio, creemos que ya es suficientemente sospechoso el que la primera disensión pública de un ateo provenga del mismo coordinador de la Federación Internacional de Ateos con sede en España. En efecto, Francisco Miñarro, entre cuyos «coordinados» figuran las asociaciones responsables de la campaña (ver en la página web http://busateo.org), publicó una crítica que, a pesar de su ingenuo anticlericalismo, al menos acierta al denunciar la copia del absurdo «probably» británico que convierte la propaganda más que en atea, en agnóstica.
    Desde el ateísmo esencial total definido por Gustavo Bueno en La fe del ateo –resulta insólito, por cierto, que este libro no figure en la bibliografía de la Fida–, nuestro análisis pretende dar cuenta del sentido del lema con que estos ateos españoles han colado en España una mercancía ideológica tan defectuosa {1}.
    Para presentar en pocas palabras nuestra perspectiva, el ateísmo esencial propio del Materialismo Filosófico no se «conforma», por así decir, con negar la existencia del Dios monoteísta, puesto que, sabida la diferencia entre la esencia y la existencia de un ente, quien dice «Dios no existe» está presuponiendo la esencia de eso cuya existencia dice negar. Sin embargo, hablamos de un ateísmo esencial, frente al ateísmo existencial, cuando no se admite siquiera la esencia de Dios, es decir su misma Idea como tal. La Idea de Dios de la Teología Natural, para el ateísmo esencial, es una construcción conceptual tan preñada de contradicciones que no es siquiera posible «pensarla» en sentido estricto. Es una «paraidea», o una pseudoidea, como «decaedro regular» o «nación de naciones». Por último, a este ateísmo esencial le llamamos total frente al ateísmo esencial parcial, que «todavía» retira algún o algunos de los atributos que parezcan ajenos al constitutivo formal divino, por ejemplo, la providencia, conservando la existencia –llamado «ateísmo cortés» o deísmo por Voltaire– por intentar corregir las contradicciones conceptuales de tal Idea. Pero la cuestión es que la Idea de Dios, la Idea de un ser inteligente de naturaleza incorpórea, como construcción racional es incorregible.
    Otra cosa es la involucración de dicha Idea con la teología dogmática de las religiones terciarias –llamadas así por provenir de las primarias y secundarias en el curso histórico–, que como formaciones culturales han dado lugar a instituciones humanas tan positivas, en el sentido de «reales», como las procesiones de Semana Santa o los atentados suicidas.

    * * *


    Seguramente lo primero que habrá sorprendido al viandante español al toparse con el «bus ateo» habrá sido la diferencia entre el contenido del mensaje publicitario acostumbrado, prosaicos productos del «consumo de bienes y servicios», y este otro en el que el producto protagonista parece ser un «consejo espiritual».
    Y es verdad que no estamos habituados a la publicidad religiosa o irreligiosa, al menos en la forma en que se homologan los yogures y las citas bíblicas. Pero si esto es así, algo ha tenido que ver el catolicismo que durante siglos se cuidó de que la ortodoxia, más que con la lectura, salvo cuando esta se hacía en voz alta, penetrara en el pueblo analfabeto gracias sobre todo a las artes plásticas.
    Los protestantes, en cambio, al rechazar la «visibilidad» de la revelación divina, tuvieron su canal publicitario en los usos que permitía la entonces reciente invención de la imprenta, y la Biblia de Lutero se convirtió en la mercancía por antonomasia. Pero tampoco renunciaron al poder de la imagen en las masas populares; eso sí, a través de la reproducción de hojas volantes, pasquines ilustrados o grabados que sirvieron para difundir el mensaje anticatólico{2}.
    De manera que, a poco que nos remontemos unos siglos en la historia europea, esta especie de publicidad de tema religioso, no sólo no es novedosa, sino que se puede decir que fue la que inauguró los nuevos mass media que nacerían con la imprenta.
    De hecho, no consideramos una casualidad que el inicio de la campaña tuviera lugar en un país protestante, ni que la única respuesta en España a la campaña atea haya sido de un grupo llamado «evangelista», que con su «autobús cristiano» comete, por cierto, la misma falacia univocista que los ateos vulgares al denominarse por el género –cristiano–, anulando la especie –protestante, dicho desde Trento, a su pesar–. Su respuesta, «Dios sí existe. Disfruta de la vida en Cristo», circulará por las calles de la capital hasta finales de marzo.
    Pero, ¿por qué es determinante, según nuestro análisis, el origen protestante de semejante campaña?
    Gustavo Bueno presenta en La fe del ateo diversos criterios para clasificar las formas de ateísmo, y restringiéndonos al ateísmo monoteísta, se pueden distinguir distintos ateísmos según cuál sea el teísmo monista que niegan; católico, mahometano, judío... En efecto, todo teísta católico, pongamos por caso, es ateo del resto de religiones monoteístas y politeístas, en la medida en que dichas religiones, desde su punto de vista, proclaman falsos dioses. Ateos se les llamó a los cristianos por parte de los paganos, como de Sócrates decía Voltaire que era el ateo que creía en un solo Dios. Pero además, y esto es a lo que nos referimos, el ateísmo generado en el mismo seno de la sociedad política ligada secularmente a un monoteísmo en particular, conserva, de algún modo, como el hijo respecto al padre, un «aire de familia», un poso histórico que deja en sus formulaciones actuales una especie de acento particular que nos remite a dicho origen. Este proceso se puede tomar a una escala histórica, filogenética podríamos llamar, o personal u ontogenética, lo cual nos permite afirmar que la mayoría de los ateos españoles, por la educación recibida, son ateos católicos, como seguramente el ateísmo de la periodista a quien se le ocurrió el eslogan de marras será un ateísmo anglicano.
    Pues bien, el «acento» de este ateísmo del autobús urbano creemos que se puede percibir en el concepto de la «felicidad canalla» que su eslogan destila, concepto que nos sirvió para analizar el Primer Concilio Ateo de Toledo en una crónica de esta revista, y cuya relación con el protestantismo trataremos de demostrar.
    Peca, y peca fuerte...
    Como es bien sabido, el protestantismo es una doctrina teológica que tiene entre sus principios fundamentales la oposición al reconocimiento de la autoridad tanto del Papa, a quien no reconoce ser vicario de Cristo en la Tierra, como de cualesquiera «especialistas» eclesiásticos para interpretar la revelación de Dios contenida en la Biblia. De ahí su concepto del libre examen según el cual todo el mundo puede interpretarla sin necesidad de un mediador, suprimiendo así cualquier diferencia entre el estado eclesiástico, propio de aquellos que son letrados, y el laico, el de los legos.
    Este igualitarismo de la «comunidad cristiana», encarecido como una virtud desde la ideología del fundamentalismo democrático de nuestros días, que tiende a absorber a cualquier grupo humano bajo el modelo de la sociedad política, en el fondo, lejos de significar una «democratización» de la Iglesia, lo que viene a proclamar es el estado de absoluta incapacidad de cualquier hombre para saber nada respecto a los medios con los que alcanzar la salvación. Para el protestante, todos los hombres son iguales, pero en virtud de su naturaleza corrupta, incapaz de obrar el bien por una concupiscencia invencible, desde el Papa hasta el último campesino. Su salvación queda, pues, a expensas de la gracia de Dios que recae sobre unos elegidos por criterios insondables.
    La «psicología» del protestante, no en vano, sin ninguna medida que pueda públicamente servir como patrón del alejamiento o acercamiento a Dios, de cuyo juicio nada sabemos excepto lo que la Biblia pueda sugerirnos, implica necesariamente la angustia y el temor ante la amenaza del infierno.
    Y ¿qué tiene que ver todo esto con la doctrina de la felicidad canalla? Veamos.
    La felicidad canalla es un concepto formulado por Gustavo Bueno en su libro El mito de la felicidad que tomamos aquí –no sin cierta violencia en cuanto lo desconectamos del conjunto de doctrinas de la felicidad explicadas en dicha obra– a propósito de la evaluación del «síndrome teórico-práctico» que creemos se manifiesta en esta singular campaña ideológica del «bus ateo».
    Su base teórica parte de una concepción de la felicidad («¡disfruta de la vida!») que resulta de despojar al concepto teológico cristiano de felicidad de su contenido objetivo, conservando sin embargo el sentido subjetivo que se suele entender hoy como la definición standard de felicidad (goce, disfrute, placer, etc). Digamos que por el contenido objetivo de la felicidad se entiende el objeto mismo que se disfruta (un helado o la Capilla Sixtina), mientras que su contenido subjetivo es el hecho mismo del placer psicológico, al margen del objeto que lo produzca.
    La razón por la que se le llama canalla, en el sentido etimológico de canis (en latín, perro), se debe a que esta ideología aprovecha los «restos» de lo que fue la «comida espiritual» durante alrededor de mil años –aquellos durante los cuales la Iglesia Católica mantuvo su hegemonía ideológica–, de la misma manera que el perro ha acompañado al hombre «fielmente» en su historia, viviendo, se puede decir, de los despojos que aquel cazaba.
    Veamos grosso modo esta Idea de la Felicidad clásica de modo sumario para entender, entonces, porqué de ella se deriva este otro concepto tan en boga.
    La Idea de Felicidad, procedente de la Filosofía antigua, se formuló en el sistema de Aristóteles en un sentido canónico. Sin embargo, tal sentido se transforma al pasar a formar parte, como sillar, del edificio de la Metafísica tradicional cristiana construido modélicamente en el sistema de Santo Tomás. Entre una y otra Idea media precisamente la relación que esta última guarda con el cristianismo que la convertirá en una nueva Idea cuya transformación de la aristotélica resulta revolucionaria. Básicamente la distinción clásica ya presente en Aristóteles, esta que hemos dicho entre el sentido objetivo y subjetivo de la Felicidad, en Santo Tomás va a recibir un contenido absolutamente nuevo al introducir a Dios mismo como objeto de la felicidad humana, de la verdadera felicidad eterna. Y no es que en Aristóteles no estuviera presente la relación entre Dios y la Felicidad eterna, sino que eran dos formas de decir lo mismo: Dios era el Acto Puro, Motor inmóvil del Universo cuya actividad era la contemplación de sí mismo, la verdadera actividad feliz vedada al hombre, al cual ni siquiera conoce.
    Como dice Bueno, en el sistema tomista, a diferencia del aristotélico, Dios «rompe a hablar» y en particular le hablará al hombre para «compartir» con él ese estado de felicidad.
    No es secundario saber que esta nueva Idea de Felicidad forma parte del ámbito histórico de la Iglesia Triunfante, y con él se ofrece una Idea «eufórica» de Felicidad absolutamente opuesta a la que nació en la sociedad pagana, más bien escéptica («sólo si el hombre fuera como Dios sería feliz, pero como no lo es...). Esta felicidad tomista, digamos, cuyo contenido objetivo es Dios mismo, no sólo podrá gozarse tras la muerte, en la «otra vida», sino que cuenta con «anticipos» muy valiosos durante la «vida terrena» gracias a que la Segunda Persona de la Trinidad ha venido al mundo en carne mortal a anunciarnos nuestra participación actual en la naturaleza divina.
    Dicha Idea «eufórica» de Felicidad, insistimos, se ajusta a una situación histórica en la que una vez replegado el Islam, a la Iglesia Católica apoyada en los Estados sólo le quedaba la tarea de mostrar a la Humanidad el camino recto hacia dicho fin a través de los Sacramentos.
    Pero ese ámbito medieval en el que la Iglesia Católica había ofrecido el camino seguro para la salvación del Hombre, tiene su fin con el descubrimiento de América, y con él, como reacción de insubordinación al Imperio Hispánico católico dominante, de la llamada Reforma protestante.
    Y mientras en España se revaloriza a Santo Tomás, desarrollando hasta sus últimas consecuencias la «cercanía» de Dios al Hombre, los protestantes presentan, con su desafección hacia la Iglesia y su doctrina «eufórica», una doctrina «depresiva», precisamente en el momento en el que, con América, España rompe el equilibrio inestable europeo y la Iglesia se presenta cada vez más acusadamente desbordada por el Imperio ascendente (ningún Estado protestante, pese a su ideología, pudo encarcelar al Papa como hizo Carlos V en el Saco de Roma)
    Con Lutero entonces lo que se produce, en contra de los tópicos establecidos, más que la inauguración de la Edad Moderna, en el sentido meliorativo que tiene esta expresión (la afirmación metafísica del Hombre y su libertad individual) es una reacción «medievalizante»{3}, en la que un Dios voluntarista no ofrece más que incertidumbre respecto a la salvación, es decir, esa Felicidad cuyo contenido objetivo era Dios mismo. La pregunta protestante, entonces, es obvia: ¿qué más da si pecamos o no?
    En su famosa carta a Melanchton, Lutero afirma con su particular estilo algo parecido:

    «Peca y peca fuerte, pero confía y alégrate más fuertemente en Cristo... En tanto estemos aquí abajo, es necesario que el pecado exista... Nos ha sido suficiente el haber reconocido al Cordero que lleva los pecados del mundo; entonces el pecado no nos podrá desligar de El, así forniquemos mil veces por día...»

    Don’t worry, be happy... Para todos aquellos Estados de Europa que «protestaron» ante la Iglesia Católica y renunciaron a su «seguridad salvadora», Dios, en su alejamiento respecto al hombre, llegará a perderse de vista hasta un punto límite que desemboca en ateísmo. Pero en un ateísmo por privación que conserva esa actitud pasiva del hombre como criatura sometida a un designio inescrutable. Ese Deus Absconditus seguirá ocupando un lugar en los sistemas filosóficos ateos como es notorio en el grito desesperado de Nietzsche. Y es que si Dios ha muerto, será porque ha vivido, es decir, cuenta con una esencia.
    Ahora creemos que se podrá entender cómo esa «felicidad canalla» está atada, como el perro al hombre, a la Idea de Felicidad clásica tomista de la que tan sólo quedan las «migajas» de la felicidad subjetiva. Y puesto que Dios no existe, su esencia, la de ser el dispensador de la felicidad humana, se conserva en todos cuantos efectos terrenales le sirvan de sucedáneos.
    Este razonamiento canalla presente en el eslogan ateo, si conserva desde luego ese poso protestante que decimos, se encuentra sobre todo, más que en el «disfruta la vida», en el «deja de preocuparte», porque no sabemos de qué habríamos de preocuparnos salvo que se presupusiera la condenación eterna, o una tristeza previa que conllevara la vida en la que no se sabe si Dios te ha elegido para formar parte de su Reino.
    Por último, la pseudoconclusión «disfruta la vida», con ese uso del imperativo, de nuevo invoca una obligación desde la eternidad. Disfrutar la vida, consumirla, apurarla, como se suele decir, no tiene sentido si no se supone un sujeto que la sobreviva, porque si no, ¿cómo podría el sujeto mismo disponerse a autoconsumirse? Este imperativo tan utilizado del «¡Disfruta la vida!» tendría el mismo significado que el de «¡Muérete!».
    Nos hemos dejado para terminar el «probablemente» porque, a pesar de que parece deberse a una cuestión jurídico-religiosa del Reino Unido, según la cual está prohibido afirmar taxativamente la inexistencia de Dios, si semejante traslado del «probably» no les ha chirriado a estos «ateos y librepensadores» españoles será por alguna razón. No creemos que su papanatismo llegue al extremo de tener que copiar el eslogan sin estar de acuerdo con él, sobre todo porque semejante prohibición no existe en la católica España.
    Y es que creemos que la «cortesía» de la que este ateísmo existencial hace gala al aceptar que acaso Dios exista, puesto que tan probable es una cosa como la otra, redunda en nuestra argumentación que liga dicho ateísmo al teísmo protestante. Pues, ¿acaso no sería una especie de libre examen este relativismo en el que lo importante es eliminar el monopolio de la Iglesia, es decir, que el «mercado» religioso abunde en la plétora de mercancías en competencia, sean estas teístas o ateas?
    La prueba de semejante inconsistencia doctrinal está presente, además de en el nombre de la asociación, en los Objetivos que la Unión de Ateos y Librepensadores presentan en su página web.
    En primer lugar en el nombre, porque los ateos no pueden aceptar la libertad de pensamiento, la cual, suponemos, se podrá ejercer igualmente por quienes son teístas, siempre y cuando «elijan libremente» serlo, por usar las incomprensibles categorías formalistas de las que extraen su propio ateísmo. Y en segundo lugar, porque entre sus objetivos, aparte de la consabida difusión del ateísmo genérico, está la defensa de la «laicidad». Objetivos, sin duda, incompatibles, en la medida en que si con la laicidad se trata de promover la neutralidad del Estado respecto a cualquier creencia religiosa, ¿cómo puede un ateo que se proclama –de forma indocta, todo hay que decirlo– contra la religión en general, aceptar la tolerancia hacia cualesquiera creencias?
    Un ateo esencial católico siempre agradecerá a la Iglesia, por el contrario, que en la batalla contra las supersticiones y las diversas creencias religiosas, esta le allane el camino, quedando frente a frente con un rival, al menos, digno. Con lo que no podrá estar en contra de la privilegiada situación de la Iglesia en España para dar cabida a cuantas religiones «libre y democráticamente» la gente practique.
    Por último, recomendamos la lectura del Manifiesto Internacional para un Humanismo Ateo que firman diversas asociaciones suponemos del mismo tenor que la UAL para comprobar cómo los ateos existenciales no renuncian a seguir encontrando la esencia de Dios. Sirva como botón de muestra este fragmento que apoya lo que hemos venido diciendo a lo largo del artículo:

    «El Paraíso, si es que existe, debería realizarse sobre la Tierra y no en un reino etéreo más allá de la muerte. Es aquí y ahora que debemos ser seres humanos y vivos. Como librepensadores y ateos creemos que la humanidad ya no necesita religiones anticuadas, primitivas, peligrosas y degradantes.»


    Notas

    {1} Véase también «Autobuses teopublicitarios», debate nº 55 de Teatro crítico, 14 de enero de 2009, en el que los profesores Tomás García López y David Alvargonzález Rodríguez tratan de este asunto desde nuestra misma perspectiva.

    {2} Véase el interesantísimo libro de André Chastel, El saco de Roma, 1527 (Espasa, Madrid 1997) en el que se hace el análisis detallado de algunos de los panfletos protestantes más populares.

    {3} Esta tesis, por otro lado, es una clásica interpretación de la Reforma ya en Troeltsch (El significado del protestantismo para el mundo moderno, Munich 1906). Sin embargo, tampoco usamos el término «medievalizante» sino en su sentido vulgar que vuelve a ser de nuevo otro de los tópicos a rebatir, puesto que ya hemos establecido que Santo Tomás no tiene nada de «medievalizante» en ese sentido oscurantista. En verdad, la Reforma –que tampoco es tal sino desde el punto de vista propagandístico protestante– es la recuperación de corrientes teológicas medievales que siempre estuvieron presentes en el agustinismo, pero que fueron contrarrestadas desde la corriente «vencedora» del tomismo.