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  1. Laicismo

    sábado, diciembre 11, 2010



    Video de Gustavo Bueno, correspondiente a la colección de Teselas.



  2. Afirman que utilizar el preservativo es siempre inmoral


    © Juan G. Bedoya
    Publicado en El País de Madrid, el 27/11/2010

    El portavoz de los obispos españoles, Juan Antonio Martínez Camino, se unió ayer a la ceremonia de la confusión en el orbe católico sobre el preservativo. Benedicto XVI justifica su uso «en algunos casos», el Vaticano lo niega y la Conferencia Episcopal se pone sin matices de parte de la supuesta doctrina clásica. La conclusión es que el preservativo siempre es inmoral. Lo dijo ayer Martínez Camino como cierre de la Asamblea Plenaria del episcopado. «En las palabras del Papa no hay, ni de lejos, una legitimación del preservativo. Leyendo detenidamente el libro, no se puede sacar esa conclusión», sentenció. Se refería a Luz del mundo, de Peter Seewald, que acaba de publicarse.
    La comprensión del Papa hacia el uso del preservativo «en algunos casos» ya fue matizada el martes nada menos que por el director de la Oficina de Prensa del Vaticano, Federico Lombardi. L'Osservatore Romano había publicado el día anterior que Benedicto XVI afirmaba en el libro que «pueden existir casos individuales en los que se justifique la utilización del preservativo». El Vaticano, en un comunicado emitido al día siguiente, negó que esto supusiera un viraje. «El Papa no reforma o cambia la enseñanza de la Iglesia, sino que la reafirma».
    Dos días después, era el Papa quien afirmaba que sus palabras no necesitaban de matizaciones, ratificando lo escrito por Seewald. Esto es lo dicho por Benedicto XVI en el libro, cuando habla sobre centros de enfermos de sida gestionados por católicos en África:

    «La realidad es que, siempre que alguien lo requiere, se tienen preservativos a disposición».


    Líneas más abajo alude a su uso para

    «casos fundados de carácter aislado, por ejemplo, cuando un prostituido utiliza un preservativo, pudiendo ser esto un primer acto de moralización y de responsabilidad».


    Consciente Seewald de que lo dicho por el Papa supone una inusitada novedad, repregunta: «¿Significa esto que la Iglesia católica no está por principio en contra de la utilización del preservativo?» Responde Benedicto XVI:

    «Es obvio que no lo ve como una solución real y moral. No obstante, puede ser, en atención de reducir el peligro de contagio, un primer paso en el camino hacia una sexualidad vivida de forma diferente».


    Pero el portavoz de los obispos españoles vuelve a la doctrina clásica: «El uso del preservativo siempre se produce en un contexto de inmoralidad».

  3. Fernando Cuartero

    Apoyo a Fernando Cuartero


    © Luis Alfonso Gámez

    En Magonia

    Fernando Cuartero, catedrático de Lenguajes y Sistemas Informáticos y subdirector académico del Vicerrectorado de Investigación de la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM), ha sido condenado a pagar una multa de 204 euros como autor de una falta de injurias por haber calificado en una carta de «vulgares estafadores» a los organizadores de un seminario espiritista celebrado en esa institución académica, en Albacete, el 31 de octubre y 1 de noviembre del año pasado. La titular del Juzgado de Instrucción Nº 1 de Albacete, Otilia Martínez Palacios, considera en la sentencia que, «aunque sea una crítica social aceptada el hablar de la parapsicología como pseudociencia, no lo es el decir que son vulgares estafadores, porque socialmente estas expresiones son ofensivas y menoscaban y quebrantan la fama y prestigio de la persona a la que van dirigidas».
    El llamado II Seminario Vida después de la Vida contó en octubre de 2009 con la presencia del el parapsicólogo Raymond Moody, autor del libro Vida después de la vida (1976), y la médium Marylin Rossner, que protagonizó una sesión espiritista en el paraninfo de la universidad castellano-manchega. El organizador del acto, Rafael Campillo, incluyó en un principio el logotipo de la UCLM en la convocatoria del acto y presentó a la institución como colaboradora del mismo, pero tuvo que quitarlo cuando varios profesores alertaron de ello a los responsables académicos. Uno de los docentes que protestó enérgicamente por la celebración de un acto de estas características en al UCLM fue Fernando Cuartero, quien dirigió una carta al vicerrector del campus de Albacete que publiqué con su permiso.

    «Pura pseudociencia y charlatanería»
    El catedrático recordaba, en su misiva, que el seminario era «pura pseudociencia y charlatanería, algo completamente impropio de una institución científica y seria como es una universidad», y manifestaba su «total desaprobación a este tipo de actos, como también a sesiones de astrología, quiromancia, videncias, y otras supercherías que no deben tener cabida en una sede como la nuestra». Pedía la suspensión del acto y consideraba «un insulto doloroso» que en la publicidad del seminario pusiera «Colabora la UCLM» y «se incluyera el logotipo de la institución», al tiempo que se preguntaba cómo se permitía que alguien usara indebidamente la imagen de la UCLM. «Aquí me permito recordarte que es eso precisamente lo que buscan. Este tipo de vulgares estafadores, por el módico pago de unas tasas, obtienen, mediante una mala práctica, un pretendido amparo académico que es completamente falso. Y, en cualquier caso, si han hecho un uso indebido de nuestra imagen, me parece que es otro motivo para cancelar el acto, acreditada su mala fe, o al menos exigirles de manera inmediata que cesen en ese uso. Me permito hacerte notar que, el mero hecho de que el que la universidad ceda sus instalaciones, y que además aparezca como colaborador del evento, va a transmitir la impresión de que de algún modo la UCLM da credibilidad a este tipo de actividades, con todo lo que ello supondría para la imagen de la universidad, y sea o no cierto que se otorga ningún tipo de aval», escribía Cuartero.
    De todo lo argumentado, Rafael Campillo considero ofensiva la frase que dice: «Este tipo de vulgares estafadores, por el módico pago de unas tasas, obtienen, mediante una mala práctica, un pretendido amparo académico que es completamente falso». Y demandó a Cuartero. La jueza considera ahora «que dichas expresiones son innecesarias para la crítica del seminario, excediendo de ese animus criticandi. De la misma manera que no eran necesarias para poner de relieve que la parapsicología no es una ciencia». La magistrada, que condena a Cuartero al pago de una multa de 204 euros y de las costas procesales, saca a colación el significado de estafar según la RAE y dice que, al usar estafador, el catedrático «se está excediendo de la crítica al evento para pasar a menoscabar la fama y el honor de quien organizase el mismo». Cuartero ya explicó en su día que usó la expresión no en referencia a estafa económica, sino como símil de embaucador, charlatán y farsante que, en este caso, estafa moralmente a la sociedad al apropiarse del nombre e imagen de la UCLM para legitimar un acto anticientífico, como queda claro a cualquiera que lea la frase objeto de litigio.
    La juez añade que, «aunque sea una crítica social aceptada el hablar de la parapsicología como pseudociencia, no lo es el decir que son vulgares estafadores, porque socialmente estas expresiones son ofensivas y menoscaban y quebrantan la fama y prestigio de la persona a la que van dirigidas». Es decir que, si alguien practica magia y cobra por ello, no se le puede llamar estafador, aunque la magia no exista. O, trasladado al acto celebrado hace un año en la UCLM, si alguien cobra a un montón de crédulos por ponerles en contacto con sus seres queridos muertos y simula hacerlo mediante todo tipo de artimañas, no se le puede llamar estafador ni a él ni a su agente o promotor que se han aprovechado de la ingenuidad del público. De verdad, ¡manda narices!
    No sé si Fernando Cuartero recurrirá o no la sentencia. Sea cual sea el caso, merece que quienes abogamos por el pensamiento crítico le ofrezcamos nuestro apoyo moral y, si fuera necesario, económico. Si quieren dar el primer paso, únanse en Facebook al grupo Apoyo al profesor Fernando Cuartero.



  4. Roma, Italia.- El Vaticano presentó el decreto del Papa con el cual puso en marcha una estrategia para combatir la descristianización de históricos bastiones católicos del mundo que actualmente sufren el embate del ateísmo.
    La sala de prensa vaticana difundió la carta Ubicumque et Semper con la cual Benedicto XVI instauró oficialmente el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, el organismo que coordinará las acciones de esta nueva estrategia.
    La carta apostólica estableció las competencias y la estructura que deberá tener el nuevo organismo, que deberá regirse por el mandato que «la Iglesia tiene el deber de anunciar siempre y donde sea el Evangelio de Jesús».
    Advirtió que una de las características del mundo actual es el fenómeno del alejamiento de la fe, que se ha manifestado progresivamente en sociedades y culturas históricamente cristianas.
    Según lo establecido en el decreto, el Pontífice otorgó al nuevo consejo la finalidad de estimular diversas reflexiones sobre la nueva evangelización, identificando y promoviendo formas e instrumentos encaminados a realizarla.
    En coordinación con los obispos de cada país deberá promover iniciativas de estudio o de formación, así como impulsar el uso de las formas modernas de comunicación y el conocimiento del catecismo de la Iglesia Católica.



  5. La Conferencia Episcopal de Inglaterra y Gales aboga por una alternativa a los brujos y diablos

    Agencia EFE
    Publicado en Público

    Londres.- La Iglesia católica británica ha hecho un llamamiento a los niños a disfrazarse de santos en lugar de hacerlo de brujos o diablos en la popular fiesta de Halloween. San Jorge, Santa Lucía, San Francisco de Asís o Santa María Magdalena podrían ser elecciones muy populares para los niños, según la Conferencia Episcopal de Inglaterra y Gales.
    Los pequeños deberían recortar las típicas calabazas para convertirlas en rostros sonrientes y pintarse cruces en la frente en lugar de ennegrecer o blanquear sus rostros o utilizar máscaras que infundan miedo, dicen los obispos. Éstos quieren que los cristianos reconozcan el origen religioso de Halloween, que ha pasado a identificarse con una noche de brujas, pero tiene, según ellos, origen religioso ya que se deriva de la vieja expresión inglesa All Hallow's Eve o víspera del Día de Todos los Santos.
    «Es hora de recordar a los cristianos lo que es realmente Halloween», dijo el reverendo Kieran Conry, obispo de la diócesis Arundel y Brighton (sur de Inglaterra), citado hoy por el diario Daily Telegraph. A los adultos se les recomienda además que pongan luces en las ventanas de sus casas para indicar que «Cristo es la luz de todos nosotros».
    Halloween se celebra principalmente en la noche del último día de octubre y tiene un doble origen pagano (la festividad celta del Samhain) y cristiano: Todos los Santos. Los inmigrantes irlandeses transmitieron versiones de esa tradición a América del Norte durante la gran hambruna irlandesa de 1840, y gracias a la televisión y al cine, desde EEUU se ha ido extendiendo en su versión pagana a todo el mundo.



  6. En EEUU, ateos y agnósticos saben más de religión que los creyentes

    Washington, 28 sep (EFE).- Los estadounidenses se consideran uno de los pueblos más religiosos del planeta pero una encuesta divulgada hoy indica que los ateos y los agnósticos se cuentan entre quienes más saben sobre credos.
    El Foro Pew sobre Religión y Vida Pública hizo su encuesta en junio entre 3.412 adultos con 32 preguntas y, en promedio, los participantes fueron capaces de responder la mitad del cuestionario.
    Los ateos y agnósticos tuvieron un promedio de 20,9 respuestas correctas y de cerca les siguieron los judíos, con un promedio de 20,5 y los mormones con un promedio de 20,3 respuestas acertadas.
    Los protesantes en conjunto mostraron un promedio de 16 respuestas correctas y los católicos uno de 14,7, señaló el informe.
    Entre los católicos blancos, el promedio de respuestas correctas estuvo a la par del general, con 16 aciertos, y entre los católicos hispanos el promedio bajó a 11,6 respuestas correctas.
    Diferencias parecidas hubo entre los protestantes blancos, con 15,9 aciertos y los protestantes negros con un promedio de 13,4 respuestas correctas.
    La encuesta muestra otros detalles: los cristianos del Sur de EE.UU., que son los más apegados a la Biblia, son los que menos la conocen; quienes creen que la biblia es la palabra literal de Dios tuvieron peor promedio de respuestas que quienes no creen que la Biblia sea la palabra de Dios literalmente.
    De once preguntas sobre otros credos religiosos en el resto del mundo el promedio de respuetas acercadas fue de cinco. Pero en esta categoría el promedio de acierto entre los judíos fue de 7,9 y entre los ateos y agnósticos de 7,5.
    Asimismo los ateos, con 2,8 respuestas acertadas, y los judíos con un promedio de 2,7 fueron los que mostraron más conocimiento cuando se les presentaron cuatro preguntas sobre la religión en la vida pública y qué dice la Constitución de EE.UU. sobre el asunto.
    La encueseta encontró que más del 45 por ciento de los católicos en EE.UU. no sabe que, según la doctrina de su iglesia, el pan y el vino que se usan en la comunión no simbolizan, sino que se convierten en, el cuerpo y la sangre de Jesús.



    El 53 por ciento de los protestantes no identifica correctamente a Martín Lutero como el individuo cuyos escritos y acciones inspiraron la Reforma Protestante.
    El 43 por ciento de los judíos no sabe que Maimónides, uno de los rabinos más venerados de la historia, fue judío, según el informe de Pew.
    El 37 por ciento de los encuestados dijo que leía la Biblia u otras escrituras sagradas al menos una vez por semana. Pero el 48 por ciento de los estadounidenses afiliados a algún credo religioso indicó que «rara vez» o «nunca» leen otros libros religiosos aparte de la Biblia.




  7. © Richard Dawkins

    Traducción de Anahí Seri

    Discurso pronunciado con motivo de la visita del Papa al Reino Unido y publicado en The Guardian.



    ¿Debería Joseph Ratzinger haber sido recibido con la pompa y ceremonia que merece un jefe de Estado? No. Como ha mostrado Geoffrey Robertson, la pretensión de la Santa Sede de ser considerada como estado soberano se basa en un pacto fáustico por el cual Benito Mussolini entregó 3 kilómetros cuadrados del centro de Roma a cambio de que la Iglesia apoyara su régimen fascista. Nuestro gobierno aprovechó la ocasión de la visita del Papa para anunciar su intención de «hacer la obra del Señor». Como señaló un amigo mío, presumiblemente deberíamos esperar una inminente entrega de Hyde Park al Vaticano, para cerrar el trato.
    Entonces, ¿se debería haber recibido a Ratzinger como cabeza de una Iglesia? Desde luego que si los católicos, como individuos, quieren pasar por alto sus muchas transgresiones y extenderle una alfombra roja para que la pisen sus elegantes zapatos rojos, muy bien. Pero que no nos pidan a los demás que paguemos por ello. Que no se le pida al contribuyente británico que subvencione la misión propagandística de una institución cuya riqueza se mide en decenas de miles de millones; una riqueza a la cual el adjetivo «mal habida» le viene como anillo al dedo. Y que nos ahorren el espectáculo nauseabundo de la Reina, el Duque de Edimburgo y los diversos tenientes y demás dignatarios deshaciéndose en adulaciones y lisonjas como si se tratara de alguien a quien debiéramos respetar.
    Al predecesor de Benedicto, Juan Pablo II, algunos lo respetaban como hombre virtuoso. Pero nadie podrá calificar a Benedicto XVI de virtuoso sin que le dé la risa. Este individuo de mirada lasciva será cualquier cosa, pero no es virtuoso. ¿Es un intelectual? ¿Un erudito? Eso se afirma con frecuencia, pero no está nada claro qué significa erudición cuando se trata de teología. Nada respetable, desde luego.
    El pequeño detalle desafortunado de que Ratzinger estuviera en las juventudes hitlerianas ha sido objeto de una moratoria ampliamente respetada. Yo también la he respetado, hasta el momento. Pero después del escandaloso discurso del Papa en Edimburgo, en el que hizo al ateísmo responsable de Adolf Hitler, no puedo evitar la sensación de que ya todo vale en este combate. ¿Oyeron ustedes lo que dijo?

    «Incluso en nuestra propia generación, podemos recordar como Gran Bretaña y sus líderes se enfrentaron a la tiranía nazi que pretendía erradicar a Dios de la sociedad y le negaba a muchos la naturaleza humana, especialmente a los judíos . . . Es aleccionador reflexionar sobre el extremismo ateo del siglo XX . . . ».

    Es como para cuestionarse las dotes de relaciones públicas de los asesores que dieron por bueno ese párrafo. Pero claro, se me olvidaba, su asesor jefe es ese cardenal que echa un vistazo a los funcionarios de inmigración en Heathrow y llega a la conclusión de que debe haber aterrizado en el Tercer Mundo. Al pobre hombre sin duda le prescribieron una arroba de ave marías, además de su repentino ataque de gota diplomática.
    En un primer momento me sentí molesto por el miserable ataque del Papa a los ateos y laicistas, pero luego lo vi como reconfortante. Sugiere que los hemos sacudido tanto que se ven obligados a insultarnos, en un desesperado intento por desviar la atención del escándalo de la pederastia.
    Probablemente sería mucho pedir el esperar que Ratzinger, a los 14 años, hubiera calado a los nazis. Como católico devoto, le habrían inculcado, junto con el catecismo, la execrable idea de que todos los judíos son responsables de la muerte de Jesús, la calumnia de los asesinos de Cristo que no fue repudiada hasta el Segundo Concilio Vaticano (1962-1965). La mentalidad católica alemana de la época aún estaba empapada del antisemitismo de siglos.
    Hitler era católico. O en cualquier caso igual de católico que los 5 millones de personas de este país considerados católicos. Hitler nunca renunció a la fe bautismal católica, y ese sin duda es el criterio en que se basa el recuento de los supuestos 5 millones de británicos católicos. O una cosa o la otra. O bien tenemos a 5 millones de británicos católicos, y entonces también tenemos a Hitler. O bien Hitler no era católico, y entonces hay que dar una cifra honrada del número de auténticos católicos en Gran Bretaña a día de hoy; el número de los que realmente creen que Jesús se convierte en una oblea, como probablemente cree el ex profesor universitario Ratzinger.
    En cualquier caso, es seguro que Hitler no era ateo. En 1933 afirmó que había «erradicado el ateísmo», tras prohibir la mayoría de las organizaciones ateas alemanas, incluida la Liga alemana de librepensadores, cuyo edificio convirtió en una oficina de información para asuntos eclesiásticos.
    Como mínimo, Hitler creía en una «Providencia» personificada, probablemente similar a la Divina Providencia invocada por el arzobispo de Munich en 1939, cuando Hitler salió indemne de un intento de asesinato y el arzobispo ordenó un Te Deum especial en la catedral de Munich: «Para dar gracias a la Divina Providencia en el nombre de la archidiócesis por la afortunada escapatoria del Führer».
    Tal vez nunca lleguemos a saber si Hitler identificaba su «Providencia» con el Dios del cardenal. Pero no cabe duda de que conocía a su electorado, mayoritariamente cristiano, los millones de buenos cristianos alemanes que llevaban en sus hebillas la inscripción «Gott mit uns» («Dios con nosotros»), los que le hicieron a él el trabajo sucio. El conocía la base que le apoyaba. Hitler seguro que «hizo la obra del Señor». Lo que sigue es un extracto del discurso que dio en Munich, el corazón de la Baviera católica, en 1922:

    «Mis sentimientos como católico me dirigen hacia mi Señor y Salvador como un luchador. Me llevan a un hombre que una vez, en su soledad, rodeado por unos cuantos discípulos, reconoció a estos judíos como lo que eran e hizo un llamamiento a los hombres para que lucharan contra ellos, un hombre que, es la verdad divina, sobresalió más como luchador que como persona que sufre. Pleno de amor como cristiano y como hombre, leí el pasaje que nos narra cómo el Señor al final se creció en su poder y expulsó del templo a las víboras. Qué terrible fue su lucha contra el veneno judío. Hoy, 2000 años después, con honda emoción, reconozco con mayor profundidad que nunca jamás que fue por esto por lo que Él vertió su sangre en la cruz».


    Este no es más que uno de los muchos discursos y pasajes de Mein Kampf en los que Hitler invoca su fe cristiana. No es pues de extrañar que fuera tan bien recibido por la jerarquía católica de Alemania. Y el predecesor de Benedicto, Pío XII, no está libre de culpa, como demostró el escritor católico John Cornwell en su desolador libro Hitler’s Pope (El Papa de Hitler).
    Sería poco amable insistir más en este punto, pero el discurso de Ratzinger el jueves pasado en Edimburgo fue tan ignominioso, tan hipócrita, tan evocador de quien tira piedras sobre su tejado, que me sentí obligado a responderle.


    Incluso si Hitler hubiera sido ateo (como lo fue sin duda Stalin), ¿cómo se atreve Ratzinger a sugerir que el ateísmo guarda relación con sus terribles crímenes? No, no hay relación alguna, como tampoco están relacionados con el hecho de que ni Hitler ni Stalin creyeran en duendes ni en unicornios. Tampoco tiene nada que ver que llevaran bigote, al igual que Francisco Franco y Saddam Hussein. No hay ninguna conexión lógica entre el ateísmo y la maldad.
    A menos, claro está, que uno esté inmerso en la vil obscenidad que constituye el núcleo de la teología católica. Me estoy refiriendo (y le debo este punto a Paula Kirby) a la doctrina del pecado original. Estas personas creen, y se lo enseñan a los niños pequeños, al mismo tiempo que les hablan de las aterradoras mentiras del infierno, que todos los bebés nacen «en pecado». Se trata, por cierto, del pecado de Adán; de ese Adán que, según admiten ahora, jamás existió.
    El pecado original significa que, desde el momento de nuestro nacimiento, somos malvados, corruptos, estamos condenados. A menos que creamos en su Dios. O a menos que nos cuelen lo del palo del infierno y la zanahoria del cielo. Esta, señoras y caballeros, es la repugnante teoría que les lleva a concluir que fue el ateísmo lo que convirtió en monstruos a Hitler y Stalin. Todos somos monstruos salvo que Jesús nos redima. Que teoría más vil, depravada, inhumana en la que basar nuestra vida.
    Ratzinger es un enemigo de la humanidad.
    Es un enemigo de los niños, de cuyos cuerpos ha permitido que se abuse, y cuyas mentes él ha animado a infectar de culpabilidad. Es vergonzosamente patente que la Iglesia está menos preocupada por proteger a los cuerpos de los niños de quienes abusan de ellos que por salvar a los sacerdotes del infierno; y lo que más le preocupa es salvar la reputación a largo plazo de la propia Iglesia.
    Es un enemigo de los homosexuales, a quienes trata con la intolerancia fanática que la Iglesia antes reservaba para los judíos.
    Es un enemigo de las mujeres, a quienes mantiene alejadas del sacerdocio como si el pene fuera una herramienta esencial para el ejercicio de los deberes pastorales. ¿A qué otro patrón se le permite una discriminación en razón del sexo cuando se trata de un empleo que es evidente que no requiere ni fuerza física ni ninguna otra cualidad que pudiera atribuirse en exclusiva a los varones?
    Es un enemigo de la verdad, difundiendo mentiras flagrantes como que los preservativos no protegen del SIDA, especialmente en África.
    Es un enemigo de los más pobres del planeta, a quienes condena a tener grandes familias que no pueden alimentar, manteniéndolos así esclavos de la pobreza perpetua. Una pobreza que encaja mal con la obscena riqueza del Vaticano
    Es un enemigo de la ciencia, pues pone impedimentos a la investigación con células madre, basándose, no en cuestiones morales, sino en supersticiones pre científicas.
    A un nivel menos serio, desde mi punto de vista, Ratzinger incluso es enemigo de la propia Iglesia de la Reina, pues respalda de forma arrogante a un predecesor que calificó las órdenes anglicanas como «absolutamente inválidas y totalmente vacuas», a la vez que intenta, descaradamente, arrebatarle curas anglicanos para reforzar su propio clero, en penoso declive.
    Por último, y lo que a mí personalmente quizá me preocupe más, es un enemigo de la educación. Dejando de lado el daño psicológico de por vida, causado por la culpabilidad y el miedo, que tan mala fama le ha dado a la educación católica en todo el mundo, él y su Iglesia promueven la doctrina, perniciosa para la educación, de que la evidencia representa una base menos fiable para la creencia que la fe, la tradición, la revelación y la autoridad– su autoridad.



  8. El famoso astrofísico inglés Stephen Hawking cuenta en su nuevo libro, The Grand Design, que la necesidad de un ser superior para la creación del universo no es tal. El Big Bang habría sido suficiente para que la física sea la responsable del origen del mundo
    El científico británico Stephen Hawking afirma en un nuevo libro que la física moderna excluye la posibilidad de que Dios crease el universo. Del mismo modo que el darwinismo eliminó la necesidad de un creador en el campo de la biología, el conocido astrofísico afirma en su obra, de próxima publicación, que las nuevas teorías científicas hacen redundante el papel de un creador del universo.
    El Big Bang, la gran explosión en el origen del mundo, fue consecuencia inevitable de las leyes de la física, argumenta Hawking en su libro, del que hoy adelanta algunos extractos el diarioThe Times. Renuncia así a sus opiniones anteriores expresadas en su obra Una Breve Historia del Tiempo, en la que sugería no había incompatibilidad entre la existencia de un Dios creador y la comprensión científica del universo.
    «Si llegamos a descubrir una teoría completa, sería el triunfo definitivo de la razón humana porque entonces conoceríamos la mente de Dios», escribió en aquel libro, publicado en 1988 y rápidamente convertido en un éxito de ventas.
    En su nuevo libro, titulado en inglés The Grand Design y que saldrá a las librerías el 9 de septiembre, una semana antes de la visita del Papa a Gran Bretaña, Hawking sostiene que la moderna ciencia no deja lugar a la existencia de un Dios creador del Universo. En la obra, escrita junto al físico norteamericano Leonard Mlodinow, Hawking rechaza la hipótesis de Isaac Newton según la cual el universo no puede haber surgido del caos gracias sólo a las leyes de la naturaleza sino que tuvo que haber intervenido Dios en su creación.
    Según Hawking, el primer golpe asestado a esa teoría fue la observación en 1992 de un planeta que giraba en órbita en torno a una estrella distinta de nuestro Sol. «Eso hace que las coincidencias de las condiciones planetarias de nuestro sistema –la feliz combinación de distancia Tierra-Sol y masa solar– sean mucho menos singulares y no tan determinantes como prueba de que la Tierra fue cuidadosamente diseñada por Dios», escribe.
    Según el científico, hasta el año pasado profesor de matemáticas de la Universidad de Cambridge –puesto que ocupó el propio Newton–, es probable que existan no sólo otros planetas, sino también otros universos, es decir un multiuniverso. En su opinión, si la intención de Dios era crear al hombre, esos otros universos serían perfectamente redundantes.
    El conocido biólogo ateo Richard Dawkins lo felicitó por la conclusión a la que parece haber llegado su colega: «Es exactamente lo que afirmamos nosotros. No conozco los detalles de la física, pero es lo que he sospechado siempre».
    En su libro, Hawking no excluye la posibilidad de que haya vida también en otros universos y señala que la crítica está próxima a elaborar una teoría de todo, un marco único capaz de explicar las propiedades de la naturaleza. Eso es algo, recuerda The Times, que han estado buscando los físicos desde la épica de Einstein, aunque hasta el momento ha sido imposible reconciliar la teoría cuántica, que da cuenta del mundo subatómico, con la de la gravedad, que explica la interacción de los objetos a escala cósmica.
    El británico aventura que la llamada teoría-M, proposición que unifica las distintas teorías de las supercuerdas, conseguirá ese objetivo. «La teoría-M es la teoría unificada con la que soñaba Einstein. El hecho de que nosotros, los seres humanos, que somos sólo conjuntos de partículas fundamentales de la naturaleza, estemos ya tan cerca de comprender las leyes que nos gobiernan y rigen el universo es todo un triunfo», escribe el astrofísico.


    Líderes religiosos critican a Hawking por descartar a Dios como creador

    Londres, 3 sep (EFE).- El arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, y otros líderes religiosos británicos han criticado al astrofísico Stephen Hawking por descartar a Dios como creador del Universo en un libro de próxima publicación.
    «Creer en Dios no consiste en como taponar un agujero y explicar cómo unas cosas se relacionan con otras en el Universo, sino que es la creencia de que hay un agente inteligente y vivo de cuya actividad depende en última instancia todo lo que existe», declaró el líder anglicano al diario The Times.
    «La física por sí sola no resolverá la cuestión de por qué existe algo en lugar de nada», agregó Williams.
    El rabino jefe, Jonathan Sacks, señala en un artículo publicado hoy por el mismo diario que «la ciencia trata de explicar y la religión, de interpretar. A la Biblia sencillamente no le interesa cómo se creó el Universo».

    «La ciencia desarticula las cosas para ver cómo funcionan. La religión las junta para ver qué significan. Son dos empresas intelectuales distintas. Incluso ocupan diferentes hemisferios del cerebro», señala Sacks.

    El arzobispo de Westminster y primado de la Iglesia católica de Inglaterra y Gales, Vincent Nichols, dijo suscribir totalmente las palabras del rabino jefe sobre la relación entre religión y ciencia.

    También el presidente del Consejo Islámico de Gran Bretaña, Ibrahim Mogra, atacó las tesis de Hawking y dijo que «si uno mira el Universo, todo apunta a la existencia de un creador que le dio origen».

    En su libro, The Grand Design, del que The Times adelantó ayer algunos extractos, Hawking afirma que las nuevas teorías científicas hacen redundante el papel de un creador del Universo.

    El Big Bang, la gran explosión en el origen del Universo, fue consecuencia inevitable de las leyes de la física, argumenta el científico británico, que ha escrito el libro al alimón con el físico estadounidense Leonard Mlodinow.

    Según Hawking, el primer golpe asestado a la teoría sobre la intervención de Dios en la creación del Universo fue la observación en 1992 de un planeta que giraba en órbita en torno a una estrella distinta de nuestro Sol.

    En opinión del conocido astrofísico, es probable que existan no sólo otros planetas, sino también otros universos, y si la intención de Dios era simplemente crear al hombre, esos otros universos serían perfectamente redundantes.

    Para Dawking, la teoría-M, proposición que unifica las distintas teorías de las supercuerdas, es la teoría unificada con que soñaba Einstein, capaz de reconciliar la teoría cuántica, que da cuenta del mundo subatómico, con la de la gravedad, que explica la interacción de los objetos a escala cósmica.

    El biólogo y ateo militante Richard Dawkins, autor del libro El espejismo de Dios, declaró a The Times que «el darwinismo expulsó a Dios de la biología, pero en la física persistió la incertidumbre. Ahora, sin embargo, Hawking le ha asestado el golpe de gracia».

    Por el contrario, para el astrofísico y teólogo David Wilkinson, «el Dios en el que creen los cristianos es un Dios íntimamente involucrado en todo el momento de la historia del universo y no sólo en sus comienzos».

    A su vez, el presidente de la Sociedad Internacional de la Ciencia y la Religión, George Ellis, rechaza el argumento expuesto por Hawking en su libro en el sentido de que la filosofía no tiene ya sentido al haber sido suplantada por la ciencia.

    «La filosofía no está muerta. Todo punto de vista está imbuido de filosofía. ¿Por qué la misma ciencia merece la pena? La respuesta es filosófica y emocional. La ciencia no puede responder a la pregunta sobre sí misma», explica Ellis.


  9. Acerca del anticlericalismo

    miércoles, agosto 18, 2010




    Manuel Llanes (*)


    Los escándalos de pedofilia en la Iglesia Católica han hecho proliferar las críticas en la prensa relativista de nuestros días. De entrada, hay que decir claramente que la pedofilia debe castigarse con toda la dureza de la ley, sin matices ni excepciones, pero esos casos no deben hacernos olvidar que la Iglesia Católica cumple un papel fundamental en la Comunidad Hispánica, que va más allá de las obsesiones incendiarias de los anticlericales. De no existir la Iglesia Católica, de no tener tanta presencia entre la población mexicana, por ejemplo, habría un vacío ideológico que bien podría ser ocupado por creencias delirantes como el Islam (en el cual los matrimonios con menores sí constituyen una institución), el protestantismo («la razón es la mayor de las putas que tiene el diablo», escribió Lutero), la cienciología o el new age. En la mismísima Guadalajara, en México, un bastión del catolicismo nacional, las iglesias conviven con los despachos para la «sanación», la lectura de los «chakras» y las flores de Bach.
    Frente a las supersticiones aberrantes, en sintonía con la Pachamama, a cuyos fieles se les puede endilgar el dudoso milagro del proyecto de disolución del estado boliviano, no cabe retroceder. ¿Y qué decir de la lucha de los grupos abortistas, que se dicen dueños de su cuerpo? Andan por ahí con sus apologías del esclavismo mientras la Iglesia, que sabe que los niños no se dan en los árboles y que sin ellos no hay ciudadanos ni creyentes, combate ese mito oscurantista.
    De ahí que sea tan peligroso que el bolivariano Hugo Chávez, quien así comete la peor de sus imprudencias, se acerque ingenua y amistosamente al gobierno de Irán, cegado por su antinorteamericanismo. ¿Acaso no sabe la fuerza de cohesión que la Iglesia Católica tiene en Hispanoamérica? ¿La palabra «yihad» no le dice nada? Comer curas no es de revolucionarios.
    Por más que los anticlericales pretendan meter a todas las religiones en el mismo saco, lo cierto es que no cualquiera de ellas puede afirmar con contundencia que posee una teología, como es el caso de la Iglesia Católica. ¿Dónde está el Santo Tomás, el San Agustín de quienes se inmolan en nombre de una piedra? Habría que preguntarle a las personas que llevan a cabo ritos paganos, envueltas en el mito de la naturaleza, cuál es su equivalente frente a la escolástica. Probablemente la respuesta será: los bailes en la llanura y las invocaciones a la Madre Tierra, sustancializada y benevolente, con todo y nuestras emisiones de CO2.
    Difícilmente la crítica que la Iglesia necesita provendrá de un anticlerical, capaz de decir «probablemente Dios no existe»; «probablemente», nos dicen. Ni siquiera un erudito como Bertrand Russell se salvó de las simplificaciones en los ensayos de Por qué no soy cristiano. Con frecuencia el supuesto ateo es un devoto del funcionalismo democrático o liberal, cuando no un corifeo de la postmodernidad. Quienes nos cuentan de la supuesta crisis del estado-nación con frecuencia reivindican la metafísica, sin darse cuenta.
    No deja de ser una ironía que autonombrados militantes de izquierdas despotriquen continuamente en contra de la Iglesia Católica, al mismo tiempo que pretenden ser los representantes de los intereses del pueblo. En la Ciudad de México, cada 12 de diciembre, aproximadamente seis millones de peregrinos acuden para celebrar a la Virgen de Guadalupe, toda una institución de origen hispano. Bajo la óptica de la autonombrada izquierda anticlerical, habría que interpretar esa devoción como el resultado de los oscuros planes de la curia, como si El código Da Vinci fuera un documento fidedigno. La explicación, en realidad, es mucho más sencilla: esos «líderes» no conocen a su gente y tampoco saben de historia: hay que ver lo que le pasó al presidente Plutarco Elías Calles cuando prohibió el culto religioso en México.
    ¿Que la iglesia es el opio del pueblo? En la España socialdemócrata actual, los divos de la canción están aliados con el gobierno, que se aprovecha de su popularidad y los usa para adornar los mítines del PSOE con el sepulcro blanqueado del mito de la cultura, a cambio de los abundantes réditos del canon digital.
    En resumen, antes de pretender que la malvada Iglesia desaparezca, sin más, de la faz de la tierra, habrá que entender su rol social, su capacidad de cohesión y su tradición filosófica. O simplemente su insistencia en las buenas obras. Y la forma idónea de convivir con la Iglesia no es por medio del anticlericalismo, que tanto se parece a la rabia, sino desde el ateísmo negativo esencial total en un contexto cultural católico.

    (*) Publicado en Izquierda Hispánica



  10. Reproduzco un cable de la agencia France Press:

    MADRID (AFP)— La proporción de españoles que se declaran católicos ha caído al 73% en 2010, frente a cerca del 80% hace ocho años, según una encuesta publicada por el Centro de Investigaciones Sociales (CIS).
    Paralelamente, alrededor del 25% de los españoles afirman ser «ateos o sin religión» frente al 17% hace ocho años, mientras que un 2% se declaran fieles a otra religión, según este estudio del CIS, que efectuó su sondeo en junio pasado sobre un universo de unos 2.500 adultos.
    La práctica religiosa también está bajando y un 56% de los españoles aseguran no ir prácticamente nunca a misa, mientras que sólo un 13% afirma ir todos los domingos, frente al 20% de hace ocho años.
    Según el teólogo español Juan José Tamayo, citado el jueves por la radio Cadena Ser, esta evolución refleja la rápida secularización de la sociedad española a principios del siglo XXI, pero también una «pérdida de credibilidad» de la Iglesia Católica española.


    La nota periodística no consigna el número de adherentes a otras religiones (incluidas ramas del cristianismo no católico, como pueden serlo los cristianos baptistas, los luteranos, o la rama arriana de los Testigos de Jehová) que se cuentan en España, ni tampoco si han crecido, por ejemplo, los musulmanes. Ello sería sí preocupante, sobre todo para una cultura católica como la hispana, a la que si bien se lo piensa, los ateos tenemos mucho que agradecer.

  11. ¿Cómo no voy a amarlo?

    miércoles, julio 14, 2010



  12. © Íñigo Ongay

    Resumen del artículo publicado en El Catoblepas

    1


    Con el artículo titulado […] «Dice el necio que el necio dice en su corazón ‘hay Dios’ (I)», publicado en el número 86 de la revista El Catoblepas, don Desiderio Parrilla Martínez, profesor de Filosofía de la Universidad Francisco de Vitoria de Madrid, ha tenido a bien ofrecer una respuesta «en forma», extensa, detallada, al ateísmo esencial [...] defendido por Gustavo Bueno en su libro La fe del ateo (Temas de Hoy, Madrid 2007); una respuesta, sin duda que «crítica» por su alcance que, de dar por buenas al menos las palabras de su autor, habrá de hacer mella asimismo en el propio corazón doctrinal del materialismo filosófico desde el que dicho ateísmo esencial total estaría dibujándose. […] Ya contábamos en las páginas de esta misma revista [...] con otro trabajo firmado por el propio Parrilla que, bajo el título «¿Cómo traducir el apotegma credo quia absurdum habría sentado […] las bases de la labor demoledora que su autor pretendería llevar a cabo respecto a las premisas esenciales del materialismo filosófico. Una labor que, a juzgar por la «Parte prospectiva» que don Desiderio encaja en el índice de su «Dice el necio...», alcanzará, suponemos que en el momento indicado, a ofrecernos una prueba «antilogicista» de la existencia de Dios ejecutada desde el Realismo filosófico del que el propio autor parte.

    […] Lo que nos proponemos es, sencillamente, criticar su crítica y hacerlo así, por lo demás, desde las propias posiciones que Parrilla ha tratado de triturar.

    Ahora bien, una «crítica» (es decir, una clasificación) no puede en ningún caso ejecutarse desde el conjunto cero de premisas. [...] Y […] el trabajo de Parrilla […] aparece elaborado […] en virtud de las premisas ontológicas y gnoseológicas propias del «Realismo filosófico» desarrollado por autores como […] Esteban Gilson, Cornelio Fabro o Leonardo Polo. A esta nómina de precedentes, como es natural, Desiderio Parrilla gustaría de añadir –insistimos: emic– al mismo Santo Tomás de Aquino, sin perjuicio de las recaídas en el logicismo que al «Realismo filosófico» de Polo y de Parrilla le es dado detectar en las obras del Doctor Común. Y es que, ya sabe, nadie es perfecto... salvo, suponemos, el Ens Perfectissimum.

    Con ello, como se advertirá, vistas ahora las cosas desde el punto de vista etic, estará don Desiderio razonando desde [...] el […] «espiritualismo simple o asertivo», es decir […] que, sin negar por principio la existencia de vivientes corpóreos o incluso de cuerpos no vivientes (y aun dando enteramente por supuesta dicha existencia, a título por ejemplo de términos a quo en la línea del regressus como en las cinco vías tomistas o en la prueba ejecutada por Aristóteles del Motor Inmóvil desde la consideración de la eternidad del movimiento del mundo), contempla sin embargo, en alguno de sus tramos, la existencia de vivientes incorpóreos tales como puedan serlo inteligencias separadas, ángeles, demonios, Dios Padre, las almas del purgatorio, &c.

    Y más, […] estaría abriéndose paso desde las coordenadas esenciales de la filosofía exenta por modo dogmático o escolástico{4} […] tal y como esta tradición ha venido siendo administrada por una institución totalizadora como pueda serlo la Iglesia Católica Romana (incluyendo, por ejemplo, al Opus Dei o a los Legionarios de Cristo) […].


    2


    […] Nosotros ciertamente hemos de empezar por renunciar absolutamente a entrar a valorar lo que pueda dar de sí la «parte» prospectiva del trabajo de Parrilla y ello por la sencilla razón de que, fuera al menos de la ciencia media, dicha parte de su artículo simplemente no existe más que como parte intencional, es decir, no existe más que pintada o contenida en el más íntimo de los Secretum mentis de la subjetividad de don Desiderio […].

    La «refutación» del ateísmo esencial contenida en el trabajo de Desiderio Parilla sigue, esencialmente, la pauta siguiente: la idea de Dios carecería de esencia lógica (aunque, al parecer, podría tenerla muy bien «extralógica») en cuanto idea real y en este sentido, desde luego, no podría ser considerada como tal idea real –cosa que al Realismo filosófico no le duelen prendas en reconocer al ateísmo esencial– pero, eso sí, no tanto por constituir –como habría sostenido Gustavo Bueno– una pseudoidea compuesta de notas incompatibles entre sí, cuanto por representar un Principio que resultaría de una ampliación trascendental de nuestro conocimiento habitual del ser personal humano. En cuanto que tal Principio, según sigue afirmando don Desiderio, Dios ocupará sin duda una posición transcategorial que hará parecer vano, pueril, inane, al menos fuera del estrecho logicismo que se habría consolidado en la tradición filosófica a partir de Escoto, pretender contemplar las contradicciones que supuestamente mediarían entre las diferentes notas constitutivas de la esencia divina (entre sus atributos), o también entre tales notas y la existencia de las criaturas, puesto que la verdadera contradicción, ella misma responsable de todas las anomalías detectadas por el ateísmo esencial, no será ahora otra que la propia consideración de Dios como una idea.

    Y es que, en efecto, es esta concepción de Dios como pseudo-idea la que aparecerá ahora, a la luz irradiada por los presupuestos del Realismo, como una pseudo-idea o una para-idea de «orden superior». En este sentido, sería, parece reconocerse, mérito principal del Materialismo filosófico haber contribuido a aquilatar, por modus tollens, las nefastas consecuencias que se siguen del logicismo esencialista escotista, aunque sea explorando tales consecuencias hasta su aberrante final. Así al menos, parece insinuarse, otros, acaso tentados de incurrir en logicismos similares, podrán escarmentar en cabeza ajena.

    Pero si Dios no es una esencia lógica compuesta de una pluralidad de notas o atributos, ni, como lo sostiene expresamente nuestro autor, tampoco lo parece, no resultará por más tiempo posible tratar de «demostrar» la existencia de Dios a priori, partiendo, como tiende a hacerse en los argumentos anselmianos, de la perfección de la idea de Dios (pues tal cosa no existe), aunque pueda muy bien, probarse tal existencia a posteriori, sin apelar a su esencia, por mucho que tales argumentos –por ejemplo, y suponemos que muy principalmente, las cinco vías tomistas– no nos ofrecen tanto la idea, cuanto el nombre de Dios.

    […] Sucede sin embargo que no está en modo alguno nada claro qué quiera decir Parrilla con eso de que Dios no es tanto una idea cuanto un principio. […] Ante todo, porque la propia idea filosófica de principio, lejos de comparecer como una noción unívoca, es al menos análoga, queriendo por lo tanto decir diferentes cosas en diferentes contextos. […] No estará, creemos, fuera de lugar exigir algo más de claridad al respecto de lo que se quiera decir en este punto. Más en particular, y tomando, para mejor así argumentar ad hominem, como referencia de análisis la doctrina aristotélica tal y como esta misma permaneció operando sobre el tomismo tradicional, no sería lo mismo referirse, por un lado, a los principios del orden del conocimiento que a los principios del orden del ser.

    Así, mientras que los principios del ser podrían ser tanto intrínsecos (como puedan serlo la materia y la forma sustancial según la doctrina del hilemorfismo) como extrínsecos (las causas finales y eficientes) a un compuesto dado, los principios del conocimiento, de acuerdo a la doctrina aristotélica de la ciencia silogística, habrían de ser las proposiciones fundamentales de las que partiría todo proceso deductivo, proposiciones que por cierto no podrán a su vez ser demostradas pues que en tal caso, al tener que demostrarse por sus conclusiones (y, realmente, ¿cómo si no habrían de probarse tales principios?), parecería que todo podría ser demostrado circularmente. Consecuencia que desde luego a Aristóteles le interesaba bloquear a toda costa desde su concepción proposicionalista de la ciencia{5}. Tal y como lo señala Gustavo Bueno:

    «Ahora bien, si los principios del silogismo tuvieran que demostrarse por sus conclusiones (circularmente), parece que todo podría ser demostrado (pues las conclusiones formales serían, por serlo, las que apoyaban a los principios circularmente, por el hecho de haber sido deducidas de ellos); y si los principios del silogismo tuvieran a su vez que demostrarse por otros silogismos, parece que nada podría ser demostrado. Luego es necesario –concluye Aristóteles– que se den unos principios (distintos de las conclusiones y de la cadena silogística) procedentes del “exterior” de los cursos silogísticos formales; estos principios introducen la materia en el proceso científico.»{6}

    Ahora bien, damos por evidente que el Dios, ya sea el Dios ontoteológico de la Teología preambular, ya sea el Dios terciario de la Teología positiva católica, no es ni puede ser un principio del ser en el sentido intrínseco reseñado (y si lo fuera, es decir, si Dios fuese la forma sustancial de los compuestos hilemórficos, o bien la materia prima, entonces sin duda recaeríamos en el panteísmo o, incluso, en doctrinas como las defendidas en su momento por autores como pueda serlo David de Dinant, &c.). Pero entonces, ¿podrá acaso sostenerse que Dios es un principio del conocimiento?

    No sin duda, si hemos de atenernos a la doctrina del Doctor Angélico. Pues según Santo Tomás […] Dios mismo, sin perjuicio de comparecer sin duda como el Ser más excelente (es decir, como un Primum ontológico), no es ciertamente el Primum cognitum{7} del entendimiento en Teología Natural (no revelada) toda vez que este mismo, por lo menos in statu vitae, estaría representado más bien por la esencia de las substancias materiales, es decir, el mundus adspectabilis ordinario. Y es justamente desde ese mundus adspectabilis y a su través que el entendimiento de la criatura deberá, procediendo a posteriori según las vías ab effectibus ad causam, arribar regresivamente como a su término ad quem, a ese Ser al que «todos llaman Dios» y que se presupone, no se sabe muy bien por qué razones, es exactamente el mismo, con unidad numérica, para cada una de las vías. Con ello, nos parece evidente que Santo Tomás estará dando en todo momento por descontado que el Ipsum Esse Subsistens constituiría en todo caso un Summum Cognitum y no, sin duda, un Primum. De esto se dimana asimismo que, juzgando desde la perspectiva del tomismo,

    «Dios no es una idea simple primera, ni un principio primero, sino una idea compuesta de otras, o una conclusión»{8}.

    En Teología positiva por el contrario, Dios (o al menos la «revelación» de la que Dios hace partícipes a los hombres) puede figurar como un Primum cognitum en la medida en que Santo Tomás, precisamente procurando justificar el encaje de la doctrina sagrada respecto de los rigurosos criterios gnoseológicos ofrecidos por la teoría aristotélica de la ciencia, percibió como necesario poder retrotraer dicha doctrina, como a su contexto gnoseológico subordinante en el sentido de Aristóteles, a la Scientia Dei et beatorum, pero, eso sí, sólo a precio de disolver el carácter propiamente filosófico («de razón natural») de la conclusión teológica pues ahora, esta misma remitirá tan solo a principios que, por sí mismos, son «de fe». De otro modo: justificar la condición de Dios como principio del conocimiento en razón de la subordinación de la teología positiva a la revelación, a la ciencia de los beatos o a la propia ciencia divina supondría pedir enteramente el principio puesto que, presuponemos, la ciencia divina no existe por la sencilla razón de que Dios no existe tampoco.

    Sin embargo, Dios, visto ahora como una conclusión (más que como un principio) en el plano del conocimiento, podría, eso sí, ser considerado como un principio en el plano del ser si por tal entendemos un principio causal extrínseco, sea en sentido final, sea, sobre todo, en el sentido eficiente. Este es sin duda el camino recorrido por Santo Tomás en sus cinco vías, y es también, si no nos equivocamos en el diagnóstico, el camino que el Realismo filosófico ha podido transitar manteniéndose con ello en todo momento en la «mente del Angélico». En esta dirección, es justamente en tanto que creador del mundo ex nihilo sui et subjecti y también como conservador de todas las criaturas sobre el abismo de la nada del ser que Dios aparecería como principio. Y no se tratará tanto de demostrar –como de todas maneras nos veríamos forzados a hacerlo si procediésemos según la conclusión teológica dogmática– la existencia de Dios, ex consideratione novitatis mundi, puesto que el mundo podría ser muy bien eterno (posibilidad que Santo Tomás siempre consideró abierta para la razón natural), pero aunque lo fuese –es decir aunque fuese eterno según el tiempo– seguiría siendo creado por el Ser por esencia desde su propia eternidad. Desde tal punto de vista, ciertamente, la propia creación del mundus adspectabilis (del «ser por participación») por mano del Ipsum Esse (del «ser por esencia») podría muy bien comenzar a verse, desde el tomismo, en tanto que «producción del ser en cuanto ser», y ello frente a todas las demás producciones llevadas a términos por las causas segundas que propiamente no comprometerían al ser en cuanto ser sino, todo lo más, a tal ser o a tal otro{9}. Habría, en resolución, que darle la razón a F. Ocáriz cuando concluye:

    «La creación implica además –y sobre todo– una situación metafísica de la criatura: ser criatura no es sólo ni principalmente tener principio en el tiempo, sino que además indica ser sin ser el Ser: tener el ser implica la composición real de essentia y esse que lleva consigo la total dependencia de la criatura con respecto a Dios en el plano más radical: el del ser, y como consecuencia, también en el plano del obrar, ya que operari sequitur esse; es decir, en cuanto el actuar es un modo del ser.»{10}

    Ahora bien, esta consideración de la idea de creación ex nihilo (sobre cuya inteligibilidad, dicho sea de paso, nos permitimos comenzar por dudar{11}) nos pone muy cerca de las vías a posteriori recorridas por Santo Tomás. Y efectivamente es muy cierto (desde nuestra perspectiva) que las vías tomistas permiten, dadas sus premisas, remontarse con total comodidad regresiva desde la inmanencia del plano fenoménico a un principio causal ad quem al que, por hipótesis, «todos llaman Dios». Este regressus se configura, para el caso del sistema «pentalineal» de las vías tomistas, como cinco metábasis o pasos al límite independientes entre sí (vía del movimiento, de la eficiencia, de la contingencia, &c., &c.) que terminan por «desembocar», en virtud de una confluencia dialéctica ejecutada por catábasis{12}, en una sola referencia dotada, por así decir, de unidad numérica: y es esta referencia, sinalógicamente idéntica para cada una de las vías, lo que, se supondrá, todos llaman Dios.

    Con todo, lo que sucede en rigor es que cuando las cosas se plantean de este modo, la primera cuestión que se abre camino es la siguiente: ¿es siquiera posible interpretar a Dios como un principio del Ser en este sentido, es decir como una causa eficiente primera, cuando es el caso de que por aparecer como absolutamente infinita y también absolutamente simple, tal causa habría de anegar en su seno, abismándolos, sus propios efectos y ello, al precio de hacerse, a la postre, incompatible con ellos? Nos parece, en este sentido, que muy difícilmente podrá considerarse al Dios ontoteológico, obtenido por Santo Tomás en el límite de un regressus sobre el plano fenoménico, a título de principio (en sentido ontológico) del mundus adspectabilis desde el momento en que este mismo «principio», de existir como tal causa primera, haría imposible, por razones ontológicas bien diáfanas –y por cierto, ya recorridas a su modo por Parménides– la existencia «extra-causam» de toda criatura que no sea igualmente infinita. Tal regressus desde el mundo comprometería inmediatamente, tras su paso al límite, cualquier posibilidad de recuperar en el progressus todo «principiado», con lo que, no se trataría tanto de que Dios exista como principio cuanto de que si esto es así, es decir, si Él existe, lo que ya no podría existir con él (esto es: co-existir) en modo alguno es el propio mundo del que habríamos partido originalmente a quo. De otro modo: si el Máximo (para decirlo con Nicolás de Cusa) es un principio, entonces un tal Máximo es al mismo tiempo el Único.



    3


    Pero lo principal es lo siguiente: que aunque diésemos por supuesto ad hominem que Dios es desde luego un principio ontológico en el sentido indicado, no por ello, tal principio demostrado a posteriori desde el mundo, dejaría de aparecer como una quididad, esto es, como una esencia real (por hipótesis: realísima) que, al cabo, terminaría por identificarse con el propio Dios –pues en Dios no hay accidente ni nada en absoluto que difiera de su propia esencia{13}. Ahora bien, dicha quididad, sin perjuicio de la simplicidad que habría que presuponerle en todo momento, permitiría al entendimiento distinguir con fundamento in re por la parte del objeto una pluralidad de notas o atributos diferentes entre sí en las criaturas, y ello sin necesidad alguna de recaer en la doctrina –que no tenemos ningún inconveniente en calificar de «logicista» si don Desiderio insiste en ello– de la distintio formalis a parte rei expuesta por Escoto. Simplemente sucede que la distinción lógica de los atributos divinos está plenamente fundada y justificada, incluso por la parte del objeto, ya que:

    «Si bien en Dios la naturaleza y los atributos son en todo uno y lo mismo, a causa de su infinita perfección, equivalen a las innumerables realidades dispersas y distintas en las criaturas, cuya operación no es la esencia, y cuya esencia no es la existencia, &c. Tenemos, pues, por parte del objeto fundamentos reales para nuestras distinciones mentales.»{14}

    Es más, Dios en cuanto que tal esencia o quididad poseerá de una manera eminente, sin límite alguno, todas las perfecciones que puedan encontrarse en las criaturas (pues Él es, según el Concilio Vaticano I, Omnique perfectione infinitum) y aunque dichas perfecciones no estorben la simplicidad indivisa de la esencia, no por ello, dejará de ser enteramente legítimo distinguir en tal quididad su «ciencia» de su «infinitud», su «bondad», su «inmutabilidad», &c., &c.

    Y de hecho, como es bien conocido, la esencia, considerada como ella misma «posible», del Ens Perfectissimum representa, por así decir, el punto fundamental de arranque de todas las modulaciones de lo que Kant llamó «argumento ontológico» de la existencia de Dios [...]. Contra semejante argumento, al que desde luego nosotros comenzamos por reconocerle entera beligerancia crítica desde las posiciones propias del ateísmo esencial, ninguna fuerza pueden hacer las razones de Kant o de Gaunilo, pues estos filósofos, operando en este punto a la manera de verdaderos «insensatos» anselmianos, ni siquiera fueron capaces de reconocer la distancia que media entre unas «islas maravillosas» o «cien taleros posibles» y el Ens Realissimum ac Perfectissimum cuya esencia, presupuesta como necesaria, no puede ser sin contradicción meramente contingente.

    […] Suponer que la existencia de Dios no es absolutamente evidente quoad nos es algo que sólo puede hacerse si, a su vez, se comienza por desconectar, confusamente, su esencia de su existencia. Mas entonces, si tal desconexión es ciertamente posible (aunque, insistamos, ilegítima) para nosotros, esto, sólo querría decir que el argumento ontológico no es, en la tradición tomista, un argumento originario, quoad nos, y ello sin perjuicio de que una vez obtenida la esencia de Dios por otras vías, la propia conexión necesaria –secundum se– entre dicha esencia y su existencia real quedaría enteramente reconstruida dado que Dios en su calidad de Esse tantum, esto es precisamente por aparecer como el Ser por esencia, no puede no existir. Por eso no tiene ningún sentido sostener que Santo Tomás rechazó el argumento ontológico si tras ello, no se aclara inmediatamente que sólo lo rechazó para mejor así recuperarlo de otro modo:

    «Por consiguiente digo que la proposición “Dios existe”, en sí misma, es evidente, porque en ella el predicado se identifica con el sujeto, ya que Dios es su mismo ser. Pero con respecto a nosotros que desconocemos la naturaleza divina, no es evidente, sino que necesita ser demostrada por medio de cosas más conocidas de nosotros, aunque por su naturaleza sean menos evidentes, es decir, por sus efectos.» (Suma teológica, I, q. 2, a. 1, in c.)

    En estas condiciones, se sigue de lo dicho que sería una contradicción negar la existencia del Ipsum Esse subsistens al identificarse en él, pero no en los taleros kantianos o en las islas fabulosas del Liber pro-insipiente, su esencia y su existencia, con lo que Dios seguiría siendo, aunque sólo sea secundum se, una esencia necesaria.

    Ahora bien, si ello es así, ¿no se deberá a que se está dando en todo momento por sobre-entendido, en el ejercicio, que tal esencia necesaria es al mismo tiempo posible? Y ello porque si fuera el caso que ciertos atributos suyos como puedan serlo el ser y la infinitud (pero también su omnisciencia, o su omnipotencia, o su providencia, &c., &c.), fuesen incompatibles entre sí o con el mundo, entonces la propia esencia quedaría internamente pulverizada, triturada hasta su desaparición como tal esencia real (sea en el orden lógico sea también –y muy señaladamente– en el orden real), y ello en virtud del mismo argumento ontológico que como hemos visto Santo Tomás no rechaza ni puede rechazar en sí mismo. De donde, nos parece, no podría sino seguirse la siguiente conclusión: Dios no es desde luego una idea, pero no lo es no por ser un principio ontológico del ser (en cuyo caso el mundo no podría existir) sino porque ni siquiera es una esencia (ni lógica ni extra-lógica) y sí, más bien, una conjunción inconsistente de atributos incompatibles unos con otros y con el mundus adspectabilis.

    Sin embargo, cabría preguntar desde el «Realismo antilogicista», ¿por qué comenzar a tratar a Dios, que como tal Principio por fuerza habría de aparecer como «ahipotético», a la manera de una esencia «lógica» en lugar de conceptuarlo como un ser real en sentido extramental?, ¿no supondría esto jugar según el «reglamento» del logicismo que, «arriesgándonse a tener siempre razón», sólo parece capaz de encontrar «contradicciones» allá donde él mismo las ha introducido previamente, en un ejercicio de «metafísica prematura»? Cuando nos alejamos de las premisas del logicismo podrá concluirse que Dios, en la medida misma en que aparece como un Principio transcategorial, inevitablemente rebasará con mucho, sin perjuicio de su existencia extramental y precisamente por ella (es decir por ser su existencia efectivamente extra-mental), las nociones que sobre Él podamos fabricarnos. Esta circunstancia no significará, desde la perspectiva del Realismo filosófico, que la esencia divina sea contradictoria aunque desde luego se nos aparezca como oscura y confusa quoad nos, o incluso como constitutivamente paradójica dado ante todo que las buenas dosis de oscuridad y confusión que permanecen envolviéndola serán en todo caso el resultado de un «Misterio». […].

    Mas semejante planteamiento no tendría sentido alguno (o peor: tendría el sentido que es propio de una petición de principio) si comenzáramos por retirar no ya la existencia de Dios sino, justamente, la existencia de la esencia divina. Lo que con ello queremos decir es lo siguiente: no es dable comenzar por tratar a Dios como Acto de ser en su existencia «extra-lógica» o «real» por la sencilla razón de que es esta misma existencia la que, según se ha demostrado, resulta imposible. Y si don Desiderio afirma tener constancia de ella, tal «evidencia» que, según se ve, resultará «captable inmediatamente» tendrá forzosamente que haberle llegado a nuestro interlocutor por otros canales distintos que por sí mismos tendrán muy poco que ver con el Ipsum Esse Subsistens. Suponemos que don Desiderio no dispone de fuentes privilegiadas de conocimiento acerca de la naturaleza divina (puesto entre otras cosas que si dispusiera de revelaciones particulares de las que se hubiese hecho acreedor no se sabe muy bien por qué razones, la discusión no podría continuar o cambiaría enteramente de signo) [...], o podrá también tener «evidencia», emic, del carácter sacramental de un mundo en el que pueden «leerse» los vestigios de la divinidad{16}, pero no, en modo alguno, del Dios terciario cuya existencia se habrá retirado tras la destrucción de su esencia. Y la cuestión principal en este punto reside en que, retirada dicha existencia, por razón de su imposibilidad, las «evidencias» de las que parte nuestro interlocutor deberán inevitablemente reinterpretarse de otro modo, en particular desde un marco de referencias ontológicas entre las que ya no podrá figurar la idea del Dios terciario. Y es que como sostiene con toda razón Desiderio Parrilla:

    «Nadie, absolutamente nadie (ni Luis de Molina, ni Báñez, ni Fray Luis de León, ni Prudencio Montemayor, ni Kilber, ni...) tiene ni idea sobre Dios ni sobre la Libertad divina y, menos que nadie, Gustavo Bueno. Contra San Anselmo nadie tiene cierta idea de Dios, dado que Dios es un Principio sin ideado.»

    Ciertamente frente a tal declaración por parte de Desiderio Parrilla, lo único que podemos hacer por nuestra parte es convenir en que en efecto nadie, tampoco Gustavo Bueno, tiene ninguna idea de Dios de donde se sigue que nadie, incluyendo a Leonardo Polo y sus seguidores, se refiere a nada en absoluto al pronunciar el nombre del Altísimo y no tanto porque tal nombre carezca de sentido cognitivo genuino o genere pseudo-proposiciones en el sentido de Carnap, sino más bien porque lo que tal nombre denota es en realidad una pluralidad de ideas incompatibles entre sí.


    4


    Pues muy bien. Todos sabemos más o menos lo mismo acerca de Dios como esencia real, a saber: nada. En estas condiciones, y dando enteramente por evidente que Desiderio Parrilla no puede apelar a canales diferentes y privilegiados de conocimiento (de otro modo: dando por descontado que don Desiderio no es desde luego un iluminado en pleno delirio gnóstico) ni dispone tampoco de ninguna evidencia del Actus essendi (pues esta evidencia es imposible), lo que nos parece que se sigue de ello es que, así las cosas, Parrilla debería de tratar de demostrar que Dios puede existir aun siendo contradictorio. Esto es, Parrilla debería tratar de disolver –por mucho que ello signifique «jugar con el reglamento logicista»– las contradicciones, a nuestro juicio irrevocables, que se derivan de la conjunción de los diferentes atributos divinos así como del ensamblaje ad hoc del Dios ontoteológico de tradición aristotélica con el Dios de Abraham, Isaac y Jacob de las religiones terciarias. En particular, haría muy bien don Desiderio en explicar cómo es posible que Dios, desde su eternidad y su simplicidad absoluta, pueda de hecho crear el mundo en el tiempo, o cómo puede un Ser perfecto desear absolutamente nada, o cómo es posible que un Ser que se comienza a conceptuar como omnipotente sea incapaz de transferir la virtud creadora a las propias criaturas, o también cómo es que Dios, desde su omnisciencia y omnipotencia, puede hacerse compatible con la existencia del «pecado de Judas» sin que tal pecado pueda reputarse tan obra de su providencia como la conversión de San Pablo. Y resulta forzoso añadir que mientras nuestro autor no remonte estas contradicciones por vía argumental, las «ironías» más o menos humorísticas, cuyo ingenio no negamos, que nos ha venido ofreciendo sobre tablas como las contenidas en el extraordinario trabajo de Javier Pérez Jara, «Materia y racionalidad. Sobre la inexistencia de la Idea de Dios», no tendrán, por sí mismas, más alcance que el que cuadra a la furia fideísta y anti-filosófica de una suerte de San Pedro Damián redivivo que quisiera alejar a los sencillos de la sabiduría del mundo bajo el muy paulino eslogan «alejaos de necias filosofías». Pero las contradicciones no desaparecen por eso.

    [...]

    Todo ello, creemos, da buena muestra del grado de cercanía que las posiciones de Parrilla mantienen con respecto a la falsa conciencia (siendo sí, el «cerrojazo teológico» una de las manifestaciones posibles de la misma); una falsa conciencia entendida en el presente contexto como una suerte de «atrofia» de la capacidad autocorrectora de un sistema de ortogramas en ejercicio tal que cualesquiera materiales conflictivos o contradictorios respecto del tal ortograma, puedan, ahora, quedar encapsulados […] de tal suerte que ante una masa crítica de contradicciones envueltas en la esencia del Dios terciario, un teólogo […] podrá sin duda «procesar» tales contradicciones sin necesidad ninguna de corregir sus posiciones de partida, simplemente enjaretando las anomalías a los presupuestos logicistas del adversario como también podría haberlas atribuido a las malvadas acechanzas de Satanás [...].

    Y nos parece muy bien. Queremos decir que quien no se consuela es, seguramente, porque dispone de un sistema de ortogramas suficientemente viciado como para poder dar cuenta de toda contradicción que se abra paso en el horizonte. Pero sea como sea, calcule don Desiderio que la esencia de Dios no va a dejar de ser contradictoria e inconsistente por ingeniosos que puedan ser los chistes –por no decir los insultos frailunos– con los que estime oportuno aderezar su celo antidialéctico. Chistes a los que, todo hay que decirlo, siempre será posible dar la vuelta añadiendo al lenguaje objeto un nuevo estrato metalingüístico del modo siguiente: «dice el necio que el necio dice que el necio dice en su corazón ‘hay Dios’».


  13. Adiós a Martin Gardner

    lunes, mayo 24, 2010


    Uno de los adalides del escepticismo contemporáneo, el deísta Martin Gardner, falleció el sábado. Alejandro Agostinelli lo recuerda en este perfil


    © Alejandro Agostinelli

    Publicado en Factor 302.4

    «Por desgracia la vida es corta, los científicos están muy ocupados y los chiflados se empeñan en escribir montones de libros y artículos», escribió alguna vez. Martin Gardner fue longevo y examinó por todos nosotros miles de libros, teorías, ensayos y afirmaciones de cientos de chiflados, farsantes y, desde luego, de autores buenamente convencidos de que sus ideas (ingenuas, delirantes, pseudocientíficas o todo a la vez) no sólo eran ciertas, sino que iban a poner patas arriba todo lo que la ciencia había dado por bueno en el inseguro, lento y provisorio proceso de crear conocimiento.
    Martin estudió filosofía en la Universidad de Chicago, se apasionó por las matemáticas y fue ilusionista aficionado. Pero, sobre todo, se consagró al periodismo científico y a la literatura. Publicó más de setenta libros. Fue su ópera prima, Fad and fallacies in the name of science (Modas y falacias en el nombre de la ciencia, 1957), la que animó al filósofo Paul Kurtz, al ilusionista James Randi, al psicólogo Ray Hyman y al sociólogo Marcelo Truzzi a crear en 1976 el CSICOP (hoy Committee for Skeptical Inquiry, CSI)), al que luego se iban a sumar Isaac Asimov, Philip Klass y Carl Sagan.
    Eran tiempos de extraña soledad para quienes decidieron hacer un hueco en sus rutinas para encender velas en la oscuridad.
    Hoy encontramos en cualquier librería, o podemos descargar de la web, cientos de títulos dedicados a desenmascarar falsas ciencias. Pues bien: Gardner estuvo entre los primeros y fue autor de las obras más lúcidas y documentadas, ocupándose de figuras, doctrinas y libros de creciente influencia antes de final de siglo XX, como la Cienciología de L. Ronald Hubbard, el psiconálisis de Sigmund Freud y sus seguidores, la locura de las abducciones, el auge de la cirugía psíquica, el creacionismo o la poco tranquilizadora afición de ciertos políticos a tomar decisiones basándose en el horóscopo.
    Gardner se hizo popular por divulgar la buena ciencia a partir de la mala o la falsa ciencia y por sus obras sobre juegos matemáticos, pero también fue autor de ensayos, filosofía y ficción. Escribió sus primeros artículos de divulgación científica en Scientific American (1956-1986). Sus columnas en The Skeptical Inquirer (1983-2002) fueron publicadas como obras de recopilación y traducidas al español, entre ellas La ciencia. Lo bueno, lo malo y lo falso (Alianza Editorial, 1988), Orden y sorpresa (Alianza Editorial, 1987), La nueva era. Notas de un observador de lo marginal (Alianza Editorial, 1990) o Extravagancias y disparates (Alcor, 1993).
    Su estilo, ácido y frontal, fue polémico. Pero el rigor periodístico y bibliográfico con que pasaba revista a las disciplinas y autores que diseccionaba lo volvieron fuente de consulta obligada, incluso entre el mismo ambiente paranomalista que cuestionaba: Martin Gardner se convertía en especialista de cada tema que abordaba.
    En ¿Tenían ombligo Adán y Eva? (Debate, 2001), su última obra traducida al español, Gardner expresó su esperanza:

    «No espero que ninguno de mis libros, y tampoco éste, altere la manera de pensar de nadie, pero si alguna vez ayudan a un lector receptivo a descartar una creencia insensata, habrán servido para algo más que para proporcionar entretenimiento y risas a los escépticos».

    Falleció (…) [el] sábado 22 de mayo, en Norman, Oklahoma. Tenía 95 años.
    Quedan sus libros, que son mágicos: sus mejores lectores los convierten en un tesoro del que no se querrán separar.